“Más vale un final horroroso que un horror sin fin”, le recordaba al (aún) presidente Pedro Castillo en mi carta columna del 23 de abril, sugiriéndole que renuncie. Pasan las semanas y el horror –su gobierno– continúa, pero se va configurando también su presumiblemente horroroso final. “The Horror, the horror”, la expresión del personaje Kurtz en “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, recogido también en su adaptación cinematográfica “Apocalypse Now”, resuena como una triste premonición.
Una salida ordenada y racional a cualquier crisis política es ciertamente lo más deseable, pero la sucesión constitucional, como otras variables de este entuerto, no deja de complicarse. El artículo 115 de la Constitución ordena que el presidente sea reemplazado por el primer vicepresidente, este por el segundo (cualquiera de ellos completa el mandato de cinco años) y, en defecto de ambos, por quien presida el Congreso (quien llama a elecciones inmediatas). La descrita sucesión parece hoy un imposible político. Vengo sosteniendo desde hace meses que la presidencia actual resulta insoportable y la transcripción oficial del audio en el que Zamir Villaverde entrega una coima de S/100 mil al favorito del presidente Castillo, Juan Silva, no hace más que confirmarlo.
Cuanto más demore Castillo en renunciar, o su hasta ahora cómplice Congreso en vacarlo, peor terminarán ambos. Pero la destinada a sucederlo, la primera vicepresidenta Dina Boluarte, ha incurrido (ya sin ninguna duda) en infracción constitucional, porque está probado con documentos oficiales que, siendo ministra, ejerció actos de dirección y representación (no meras formalidades) a favor de una institución privada.
Incluso si no hubiera corrupción, la norma que lo prohíbe busca evitar justamente que quien tenga tal poder público persiga a la vez cualquier interés privado. Tendrá que ser inhabilitada. Ahora bien, segundo vicepresidente no tenemos. La actual presidenta del Congreso, lamentablemente, ha demostrado no tener la virtud romana de la “gravitas” –seriedad, ausencia de frivolidad, severidad– que la más alta magistratura del país requiere, incluso, o especialmente, para un mandato transicional, debido a sus reiterados exabruptos emotivos y desatinos (aun reconociendo que han querido deliberadamente desprestigiarla).
Es improbable, pues, que María del Carmen Alva resulte reelecta. Y todo indica que Castillo y Boluarte probablemente demoren en salir o ser sacados más que lo que queda del mandato de la actual Mesa Directiva congresal. Surgen, entonces, dos preguntas claves: ¿quién presidirá el Parlamento a partir del 28 de julio? ¿Y qué pacto político será posible articular para que las elecciones generales subsecuentes produzcan un resultado mejor, o menos malo?
Por supuesto, empiezan a mencionarse nombres y, con ellos, todo tipo de objeciones, y acaso conspiraciones, contra los aspirantes. También empiezan a pergeñarse planes e ideas reformistas. Pero algunos objetan que reformas estructurales se introduzcan en medio de un período de crisis. Sin embargo, ese es el mejor momento para los cambios. En su libro “Crisis”, el profesor de UCLA, Jared Diamond, describe cómo recorren los países las salidas a sus crisis: admitiendo que la sufren, aceptando su responsabilidad (de eso estamos lejos, aquí los protagonistas se tiran la pelota), acotando los alcances de lo que está fallando (vamos mal: unos creen que es la Constitución toda, otros que el régimen económico, cuando los problemas son la corrupción, el equilibrio de poderes y el alcance y calidad de los servicios públicos), obteniendo ayuda externa, analizando y adaptando experiencias parecidas de otros, promoviendo la unión nacional en los objetivos, haciendo una autoevaluación honesta (hacia adelante), revisando y aprendiendo de antecedentes históricos previos, aceptando fracasos, teniendo flexibilidad para encontrar nuevas soluciones, apuntalando valores y prioridades y, finalmente, superando sus limitaciones intrínsecas.
Parece claro que en nuestro caso deben cambiar no solo las personas que ostentan el poder, sino también los términos en que lo hacen. Por ello, resultará central en los próximos días y semanas escoger bien a quien liderará la inminente transición, pero también establecer bajo qué mecanismos “reseteamos” la política. Dice en cierto pasaje Diamond que salir de una crisis no equivale al renacer de una persona ni a refundar una sociedad, sino a identificar y cambiar lo que está fallando con la mayor precisión posible. Por eso, resulta totalmente descaminada la pretensión refundacional de una asamblea constituyente. Ese sería el camino del horror mayor. Cuantos más de los pasos que describe Diamond logremos consensuar, más pronta y satisfactoria resultará la salida.