El estallido del nuevo conflicto bélico de alta escala expansiva en el Medio Oriente no parece tener por ahora válvula alguna de control y contención. Solo podemos esperar lo peor.
Las próximas elecciones en Ecuador y Argentina despiertan ilusiones y temores sobre un panorama democrático latinoamericano vuelto a caer en honda inestabilidad y crisis social. Solo podemos esperar más de lo mismo.
Entre un lejano punto candente del mapa y otro cercano de incertidumbre, el denominador común es que no hay una sola luz al otro lado del túnel ni para quienes buscan salir del infierno de la guerra, ni para quienes buscan que la democracia los libere del infierno de la pobreza.
El brutal ataque terrorista de Hamas contra Israel ha provocado en este país una reacción militar que persigue expulsar violentamente a la población árabe-palestina de la franja de Gaza, en una operación militar a sangre y fuego que no prevé, hasta el momento, un corredor humanitario para millares de civiles que huyen de la zona de guerra.
La elección de la facción radical Hamas como gobierno de la población árabe-palestina, así como la elección de Benjamínn Netanyahu al frente de un gobierno de extrema derecha en Israel, estaban destinadas, más temprano que tarde, a extremar las posiciones de odio político y religioso a un lado y otro de fronteras tensas que no han conocido un solo minuto de paz en más de siete décadas.
Probablemente, la población árabe-palestina sabía desde hace tiempo que, con una facción criminal como Hamas a cargo de su destino, no solo se avivarían las llamas de la guerra con Israel, sino que perdería todo lo que había ganado hasta hoy en recuperaciones territoriales que los escasos esfuerzos de negociación y de paz lograron para ella en los últimos treinta años.
Es realmente triste y decepcionante que judíos y árabes-palestinos hayan renunciado a la construcción civilizada de dos estados y hayan terminado por elegir un modo cruel e inhumano de convivencia con la muerte.
En un escenario distinto pero no menos alarmante, el retroceso de las democracias en América Latina, bajo evidentes signos de descomposición política y moral, enciende las alertas en rojo en Chile y el Perú frente al espejo en el que ninguno de ellos quisiera mirarse: Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y hasta Colombia.
En ambos casos, sea el Medio Oriente, sea América Latina, los estados de derecho nacionales e internacionales, que de algún modo pretenden garantizar paz, estabilidad y desarrollo, están puestos vergonzosamente de cabeza o dramáticamente hechos añicos.
Gobiernos y “consensos políticos” que no funcionan para garantizar un mínimo de bienestar humano y social. Diplomacias y mecanismos de diálogo, conciliación y justicia de Naciones Unidas o del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que tampoco sirven para reivindicar Estado de derecho alguno. ¿Y cómo podrían hacerlo si muchos de estos organismos y mecanismos están integrados, oh ironía fatal, por delegados de países antidemocráticos y violadores de derechos humanos o argollas burocráticas no fiscalizadas?
Es fácil entonces concluir en el sentido de que, si los estados de derecho internacionales como los que representan la ONU y el Sistema Interamericano de Derechos Humanos no nos sirven, qué podemos esperar de los estados de derecho nacionales, sujetos a incumplimientos, desviaciones, interpretaciones absurdas y manipulaciones gansteriles, que los anulan en su capacidad de albergar y sostener una democracia.
Hubo un momento en el que hasta el Papa de turno mediaba conflictos, como el de Beagle entre Chile y Argentina. ¿Acaso Henry Kissinger y el ex primer ministro israelí Benjamín Begin no recibieron el Premio Nobel de la Paz por sus aportes diplomáticos en el Medio Oriente? ¿Y acaso no estuvo también el exprimer ministro Isaac Rabin, en vísperas de su asesinato, a punto de llegar a un acuerdo con quienes ahora han preferido entregar los destinos árabe-palestinos a una organización brutalmente criminal como Hamas?
Hubo un largo tiempo en América Latina en que sus ciudadanos se deshicieron de los fantasmas golpistas militares para consolidar opciones democráticas e institucionales más firmes, e inclusive ensayaron con éxito modelos de desarrollo económico liberal, en lugar de los estatistas corporativos y mercantilistas que fracasaron estrepitosamente. Bastó que se descuidaran los balances de poderes y la redistribución de los ingresos para retroceder hacia los golpes de Estado desde dentro de las democracias a manos de tiranías socialistas de plazo indefinido.
En este estado de cosas, no hay país en el mundo que no viva hoy, al interior y exterior suyo, lo que todos estamos viviendo: tan cerca de la anarquía y la barbarie, y tan lejos de la paz, la ley y el orden.
Las naciones democráticas del mundo están advertidas: los estados de derecho nacionales e internacionales viven el peligro de su relativización y su destrucción. Es hora de defenderlos bajo sus propias leyes, consensos y constituciones.