La crónica del viaje que José Arnaldo Márquez emprende en 1857 a los Estados Unidos constituye un relato cuasi autobiográfico del que es posible extraer las carencias, las contradicciones y los ideales de un educador republicano del siglo XIX. En el texto sobre su periplo al país, considerado por muchos escritores como la Meca del republicanismo, Márquez irá revelando las frustraciones y las expectativas del actor y del testigo de una historia tan turbulenta y desventurada como la nuestra. A lo largo de su narración, el autor subrayará los problemas estructurales del Perú y de otros países de la región, contrastándolos con las cualidades de la “gran república del norte”. Márquez, quien fue uno de los primeros intelectuales que utilizaron las páginas de un periódico editado en el extranjero –”El Educador Popular”– para promover el desarrollo de la cultura educativa en el Perú, ha sido considerado como un precursor de nuestros estudios pedagógicos. Su amplio conocimiento en ese campo se nutrió de la experiencia adquirida como profesor en Inglaterra, Cuba, Argentina y Chile (este último, país donde fundó el Instituto de Valparaíso). La maestría de Márquez respecto de asuntos educativos se explica por el acceso que tuvo a material didáctico europeo y norteamericano, en virtud de su dominio de varios idiomas. Todo ello en un momento de grandes cambios tecnológicos y cuando la educación empezaba a ser percibida como una ciencia tanto en el ámbito teórico como en el metodológico.
La apuesta educativa de Márquez, en la que combinó sus intereses como maestro con los de intermediario cultural, coincidió con el surgimiento del civilismo como opción político-ideológica en el Perú. Así, una alianza con la administración reformista de Manuel Pardo (1872-1876) lo colocó en el epicentro de la producción cultural peruana. Dentro de este contexto y con el apoyo de capital público y privado, el traductor de Shakespeare reformuló y puso en circulación un modelo cultural cuyas nociones básicas –el método inductivo, por ejemplo– le fueron provistas por desarrollos educativos que estaban ocurriendo en el mundo. Sin embargo, este extraordinario quehacer intelectual no se circunscribió a la mera intermediación cultural y a la transferencia de técnicas educativas foráneas.
En 1874, con la finalidad de defender las capacidades productivas de la república y denunciar los vicios económicos del modelo monoexportador guanero, el escritor participó, desde las páginas del periódico “El Trabajo”, en una activa discusión en la esfera pública limeña. En esa oportunidad, los artesanos fueron el foco de su atención y el periódico “El Trabajo” fue una faja trasmisora de cultura republicana. Elementos básicos de educación técnica e industrial, junto con interesantes sugerencias respecto de la necesidad de establecer en Lima un banco industrial de corte cooperativo, capaz de paliar la crisis económica de los “productores nacionales”, son algunos de los aportes de Márquez a la discusión en torno de lo que se ha dado en llamar el “desarrollismo peruano” del siglo XIX. La difusión de lecciones básicas de economía política junto con la promoción de proyectos de mecanización de la agricultura, la “explotación científica” de los Andes, su apoyo a la industria pesada del acero y la defensa de una política proteccionista (capaz de resguardar el industrialismo nativo), hablan de la apuesta de republicanos como Márquez por un nacionalismo económico que debía asociar el trabajo con la tecnología y la expansión agrícola.
Los comentarios de Márquez respecto de la precaria situación económica de los pensadores peruanos y de las amenazas que sus necesidades no resueltas representaban para la estabilidad política son, en cierta medida, precursores. Ello, porque la opinión de un exalumno de Bartolomé Herrera, de modestos orígenes, buscando su camino evidencian la necesidad de reemplazar el antiguo paradigma del letrado colonial por el del escritor republicano moderno. En su urgencia por definir la relación del intelectual con el Estado y con la sociedad civil, Márquez concibió una alternativa –las charlas públicas y las publicaciones remuneradas– difícilmente reproducible en el Perú de la prosperidad falaz, del despilfarro, de la guerra y las ambiciones desmedidas.
A raíz de la escandalosa contrarreforma educativa cocinada en el Congreso por las bancadas de Perú Libre, Renovación Popular, Acción Popular y Fuerza Popular, con la bendición del ‘lobbismo’ de la mediocridad y la avaricia, pensé en Márquez y en cómo fue necesaria una colecta pública para darle un entierro digno. Regresé a las páginas amarillentas del “Educador Popular”, que él imaginó debía llegar a las escuelas peruanas como fuente de conocimiento y de educación ciudadana. Este es el legado de uno entre tantos peruanos honestos y brillantes que debemos defender hoy más que nunca.