En su famoso y notable libro “Sapiens”, Yuval Noah Harari define el “chismorreo” como un motor de la evolución del lenguaje. Según el autor israelí, las historias sobre vidas ajenas que se contaban los miembros de las antiguas comunidades contribuyeron a aglutinarlas. De paso, impulsaron la práctica del lenguaje, cuya evolución no solo se debió a urgencias económicas y contables. La gente quería contarse cuentos, no solo cuántos animales había cazado.
El chisme o las historias íntimas que circulan sobre la vida de los demás son la materia prima del desarrollo de la literatura. La mitología griega es un conjunto de chismes reformulados, lo mismo que el teatro clásico y las leyendas. En los tiempos modernos, la forma y la visión literaria le han conferido a los chismes una grandeza y una profundidad que no parecían tener. Una novela como “Madame Bovary” se origina en los rumores alrededor de una mujer (Delphine Delamare), esposa infiel y derrochadora, que se envenenó a los 26 años en una pequeña ciudad normanda. Hoy, Delphine estaría olvidada si el chisme no hubiese sido aprovechado por el genio de Flaubert. Lo mismo puede decirse de las “Tradiciones Peruanas” de Ricardo Palma, cuya pluma le dio dignidad, gracia y fluidez a una serie de historias de peruanos de distintos siglos y lugares. Palma nos hace creer que el Perú es, como cualquier otro país, una sucesión de personajes y de historias cotidianas y superpuestas.
Cuando en el siglo XIV un grupo de diez jóvenes en Florencia huye de la peste y se refugia en una villa, todos ellos cuentan historias que parten de chismes de los lugares aledaños. Bocaccio les da una forma notable a estas historias de sexo, amor, venganza y engaño. En el prólogo, el autor afirma que esos relatos eran una necesidad de los jóvenes para evadirse de la enfermedad y creer en su supervivencia.
Los chismes son, por otro lado, un recurso de los marginales contra los jefes. Los empleados se vengan de sus superiores comentando su vida secreta. Los seres anónimos nos vengamos de los ricos y famosos del mismo modo. Sentimos que, al saber algo de su vida íntima, les estamos arrebatando una porción del poder que nos pertenece. No eran tan superiores como pensaban si sabemos algo de su vida íntima. El bien más codiciado por gran parte del periodismo es el chisme sobre alguna familia real.
Es quizá por eso que el chisme sigue teniendo mala prensa. En algunos casos, pasa a un mejor nivel con el nombre de anécdota. Aunque las fronteras entre ambas son a veces borrosas, se supone que la anécdota cuenta historias no vergonzosas y hasta enaltecedoras de sus personajes.
Las anécdotas son fotografías reveladoras, fragmentos que definen una identidad. Esta es una de las premisas del libro “Causas y azares” (Debate) de Luis Rodríguez Pastor, que acaba de aparecer. Se trata de 100 anécdotas contadas por escritores, deportistas, periodistas, músicos e intelectuales en una estupenda recopilación. Algunas de mis favoritas son las que cuentan José Miguel Oviedo, Caitro Soto, Rodolfo Hinostroza, Mario Vargas Llosa y Teófilo Cubillas. Gracias a este libro me he enterado de una de las últimas frases del dictador Juan Velasco Alvarado. La anécdota es contada por Augusto Zimmermann. Mientras está agonizando, el 24 de diciembre de 1977, el general piensa con toda lucidez en cómo será recibida la noticia de su muerte y dice: “Haya de la Torre va a pasar una buena Navidad”. Por un momento, pienso que en esa pequeña historia, como en la de los otros personajes de este libro, se resume su vida.