Hay una nueva estadística poco conocida, pero que debería estar en boca de todos: América Latina es la región del mundo donde más está creciendo la inversión en las empresas emergentes, o start-ups.
Cuando leí este dato, mi primera reacción fue de incredulidad.
Pero según Crunchbase, una empresa líder en información sobre start-ups, los inversionistas de capital de riesgo invirtieron un récord de US$19.500 millones en start-ups latinoamericanas el año pasado, el triple de lo recaudado el año anterior.
Eso convirtió a América Latina en “la región de más rápido crecimiento en el mundo en inversiones en start-ups en el 2021″, dijo la empresa. Y en el 2022, “los inversores son optimistas de que las cifras seguirán creciendo”, agregó.
Todo indica que el año pasado no fue un accidente estadístico, porque las inversiones en start-ups han venido creciendo durante los últimos 10 años. Pero lo expertos dicen que los nuevos datos superan todas sus expectativas previas.
“Nunca habíamos visto algo así”, me dijo el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Mauricio Claver-Carone. “El año pasado, hubo más inversiones de capital de riesgo en compañías tecnológicas de la región de lo que habíamos visto en los últimos 10 años juntos”.
La mayor parte de estas inversiones fueron a start-ups que ya son grandes, están en su última etapa de recaudación de fondos, y ya operan en varios países. Incluyen firmas como el banco en línea Nubank de Brasil, la empresa de servicios de entrega Rappi de Colombia, y la plataforma Bettertly de Chile, que le paga a gente por las calorías que quema caminando o andando en bicicleta con dinero que recibe de miles de empresas.
Aunque América Latina ya tiene al menos 27 “unicornios” conocidos, o empresas que tienen un valor de mercado de más de US$1.000 millones, también hay un gran aumento de inversiones en start-ups que recién empiezan.
Hay una enorme cantidad de pequeñas compañías emergentes con fines sociales en la región. En los últimos meses entrevisté a varios de sus fundadores para el segmento titulado “el innovador de la semana” de mi programa de televisión en CNN en Español, y están haciendo cosas extraordinarias.
Laboratoria, una start-up peruana cofundada por Mariana Costa Checa, ofrece cursos gratuitos de seis meses en programación informática para mujeres en áreas de bajos recursos, y luego las coloca en empresas de tecnología.
Pachama, una start-up dirigida por el emprendedor argentino Diego Saez, lucha contra el cambio climático vendiendo “créditos de carbono” a empresas que les pagan a otras por plantar árboles o ayudar a conservar los bosques. Nilus, una empresa argentina cofundada por Ady Beitler, recupera comida que los agricultores normalmente tiran por no tener la forma o el color requeridos por los supermercados, y la vende a precios más baratos a gente de pocos recursos.
La mala noticia es que las start-ups que más crecen en la región son casi siempre historias de éxito individuales, que triunfan una vez que se mudan a California o Florida. América Latina tiene una enorme cantidad de talento, pero la mayoría de los países no le dan financiamiento ni contactos internacionales a los jóvenes emprendedores que recién empiezan.
La cantidad de dinero que la región invierte en innovación es lamentable. Mientras Israel invierte el 4,9% de su producto interno bruto anual en investigación y desarrollo de nuevos productos, Corea del Sur el 4,5% y Estados Unidos el 2,8%, la inversión promedio de los países latinoamericanos es de solo el 0,6%, según el Banco Mundial.
En resumen, las start-ups latinoamericanas están creciendo a toda máquina, pero todavía reciben una pequeña fracción de las inversiones mundiales en empresas emergentes.
Si los países de la región aprovecharan su talento y pusieran la innovación en el centro de su agenda política, invirtiendo fondos y brindando contactos globales a sus emprendedores más promisorios, la región podría aumentar drásticamente su crecimiento económico. ¿Qué están esperando?.
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