Brasil siempre pierde en el Maracaná. Lo hizo en 1950 y ahora ha comenzado a recibir goles dentro de su casa más querida. Son las tres de la tarde en Río de Janeiro, cuando cientos de periodistas de todo el mundo alistan sus cámaras y grabadoras para cubrir el partido entre España y Chile en el eterno coloso mundialista. De repente, cuando nadie lo esperaba, unos doscientos hinchas chilenos ingresaron corriendo por las puertas de la zona de prensa. Insólito, pero estaba ocurriendo durante una Copa del Mundo. La inseguridad multiplicada a la máxima potencia estaba dibujada en las caras de colegas de Europa y Asia que se abrazaban a sus computadoras sin entender lo que pasaba. El Maracaná no está listo para la gran final del Mundial. El Maracaná, como hace 64 años, le anotó otro autogol a todo Brasil.
Quizá estemos frente al Mundial con mejor fútbol de los últimos treinta años pero la organización del país anfitrión aún está en deuda. Se preocuparon por reprimir las manifestaciones urbanas de los colectivos en contra de la Copa o de controlar la delincuencia de las calles pero descuidaron algo esencial: los estadios de fútbol. Si el Arena do Corinthians no estaba terminado al cien por ciento para la inauguración, lo del Maracaná para la gran final asusta a todos. No solo se consagró de inseguro sino que tiene otros problemas de logística. El estadio más grande del planeta se está haciendo cada vez más enano ante la mirada del periodismo mundial.
No funciona bien el Internet, las vías de acceso no son suficientes para el tránsito y para coronar las carencias tuvimos ayer esta escena de película de ficción. Para el partido entre España y Chile demoramos casi dos horas en llegar porque unas manifestaciones de profesores en el centro de Río detuvieron el tráfico en las avenidas principales. Escuché casi todo el encuentro entre Holanda y Australia gracias al taxista y una radio brasileña deportiva. Al ver que no avanzábamos, al sentir la desesperación del tiempo en contra, decidí bajarme y caminar por casi tres estaciones del Metro.
Estaba en el Macaraná cuando aún faltaba una hora para el partido. Agitado, fastidiado y apurado (pero con ilusiones). Sacaba mi credencial para subir a la tribuna de prensa y la turba de hinchas chilenas me cambió la agenda periodística del día. Quería escribir de fútbol, y solo de fútbol, pero esta Copa del Mundo tiene estadios que no están listos para los noventa minutos. Ya estamos en pleno Mundial y lugares como el Maracaná aún necesitan un tiempo suplementario.