- El fuego de Vargas Llosa, por Alonso Cueto
- Vida y destino, por Mario Vargas Llosa
L’ Académie Française fue creada en 1635 por el mecenas Armand-Jean du Plessis du Richelieu, Duque de Fronsac, par de Francia y formidable estadista francés cuando ya había sido ordenado cardenal a los 36 años bajo el reinado de Luis XIII.
Imbuido del sentido de grandeza y de la vocación que lo caracterizaban, su recuerdo también nos llega por su más famoso retrato que mereció el sobrenombre de “eminencia roja”, por el color del paño que revestía su figura como príncipe de la Iglesia.
Richelieu le encargó a la Academia, creada un tiempo antes que la española, la tarea de perfeccionar el idioma francés mediante la incorporación de los grandes de las luces, letras y humanidades de entonces.
Los 40 académicos de Francia previstos por Richelieu fueron y siguen siendo vitalicios y a la muerte de un “inmortal” la Academia incorpora a otra luz francesa. Al respecto, nada cambió hasta hace menos de dos años.
El 25 de noviembre del 2021 los “inmortales” quebraron la tradición francesa de 388 años al abrirle la puerta a un intelectual extranjero distinguiendo a Mario Vargas Llosa, literato nacido en la región de Arequipa que, siendo amante de Francia y de su literatura, nunca escribió en la lengua de Molière.
Un écrivain du monde, como lo describieran en Francia, el laureado peruano el próximo miércoles se sentará junto a sus otros 37 pares, 38 en total, porque después de esa histórica decisión dos pares dejaron este mundo.
Ocupará el sillón 18 tras el fallecimiento del filósofo Michel Serres. Cada miembro ocupa un sillón numerado desde la creación de esta institución sin par en el mundo.
La crítica hepática no se hizo esperar porque es, además, un tenaz defensor del liberalismo, como buen converso. Muchas de sus expresiones políticas fueron consideradas de extrema derecha en Francia. Es de justicia señalar que, tras la crítica recibida, hubo importantes intelectuales franceses que defendieron la decisión del célebre colegiado que se impuso con 18 votos de entre los 22 miembros electores.
La crítica continuó y posiblemente el próximo miércoles se acentúe. Acorde con la facultad que tiene un nuevo par al incorporarse, según las normas de la Academia, puede extender invitaciones personales. Mario, fiel a personalidad, invitó al rey emérito de Estaña, don Juan Carlos de Borbón, que fue quien por decreto real le confirió la nacionalidad española. El polémico monarca ha confirmado su presencia al recinto cuyo aforo principal acoge a 300 personas.
Obviamente, la incorporación de nuestro autor se ha debido a su prolífica obra que sigue siendo traducida a más de 30 idiomas, libros algunos que continúan siendo apreciados como extraordinarios por la crítica especializada.
Como bien se desprende de la magnífica columna de Alonso Cueto publicada ayer en este Diario, el autor de “La ciudad y los perros” ha sido impregnado de la literatura francesa, especialmente de autores como Gustave Flaubert, Victor Hugo, Albert Camus y Jean Paul Sartre, entre otros tantos seguramente. Cueto, magnífico escritor, nos ofrece desde su dilatada experiencia y conocimiento, por razones de espacio, una acotada percepción literaria de los escritos de Mario.
Hace un par de días, la secretaria perpetua de la Academia, Hélène Carrère d’Encausse, indujo al protagonista en los aspectos protocolares que son rigurosos y hasta emblemáticos en usos, vestimentas y ornamento.
Vargas Llosa leerá un discurso que ha sido traducido por Bensoussan, quien desde hace 50 años hace lo mismo con la producción literaria del laureado que, a los 86 años, vivirá posiblemente su última grandiosa experiencia como consumado escritor.
La Academia es la primera de las cinco academias francesas y una de las instituciones más antiguas de dicho país. Han formado parte de ella Montesquieu, Colbert, Racine, Charpentier, Sieyés, Corneille, Dumas, Mesmes, Coppée, de Champagny, de Chateaubriand, Prévost, Tocqueville, Taine, Saint-Pierre, Victor Hugo, Pasteur, d’Alambert, Montalembert, de Polignac, Prévost-Paradol, Guizot, De Condorcet, Lecomte, Poincaré, Maurois, Braudel, Lévi-Strauss, Simone Veil, Revel, Robert Aron, Giscard D’Estaing y otros tantos, por citar algunos nombres con los que el lector pueda identificarse.
Pero, a su vez, numerosos y portentosos escritores galos nunca llegaron a ingresar al recinto de la Academia. Algunos murieron antes de que se “liberara” un sillón, otros porque no fueron considerados candidatos. Esto último es frecuente porque suele ocurrir que entre las grandes mentes el celo y el ego; es decir, las pasiones, los dominan. También nos sucede a los pequeños…
Es por tal razón que en el argot francés se suele hablar del ‘sillón 41′, una expresión creativamente acuñada en 1885 por el escritor galo Arsène Houssaye para referirse entonces a Diderot, Honoré de Balzac, Dumas (padre), Descartes, Molière, Flaubert, Baudelaire, Émile Zola, Marcel Proust o al mismo Albert Camus.
El próximo miércoles 9 de febrero Vargas Llosa, tras leer su discurso, se convertirá en un “inmortal” que, a mi juicio, es una distinción tan o más importante que el Nobel de Literatura.
Los peruanos estamos acostumbrados a las opiniones políticas de quien aspiró a ser presidente y no podemos ni nublarnos ni estancarnos en la mezquindad. Debemos sentirnos muy orgullosos de nuestro escritor que, posiblemente, sea el único que ha obtenido estos dos reconocimientos que sin duda merece y enaltecen a la literatura latinoamericana.
Para terminar, me parece oportuno citar dos fracciones del formidable discurso que ofreció cuando recibió el Nobel de Literatura en el 2010 y que tituló “Elogio de la lectura y la ficción”.
“Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de ‘todas las sangres’. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas, y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el ‘Aleph’ de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!”.
Tampoco podemos olvidar lo que retumba en las cabezas de miles de peruanas (y que sugiere cierta actualidad) cuando, refiriéndose a su esposa Patricia y mirándola, dijo: “Y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Una biografía desapasionada cuando los mortales abandonemos este mundo pondrá las cosas en su lugar. Por ahora, un abrazo hasta París.