La última semana han sucedido al menos tres coyunturas que, en otras circunstancias, habrían remecido el andamiaje político. Hoy, sin embargo, terminan siendo un capítulo más sin desenlace: un acorde musical que no llega a completar una canción, aunque puede quedarse tatuado en la memoria.
En orden cronológico, el primer tema relevante tiene que ver con las revelaciones en torno del inmoral accionar de Martín Vizcarra cuando ejerció la Presidencia de la República. La investigación judicial seguirá su curso, pero parece haber suficientes evidencias para consolidar una acusación fiscal sólida. A estas alturas, y a pesar de cierta popularidad, seguramente pocos creen en su inocencia.
Luego, el viernes 9, llegó la información contenida en la declaración de Jaime Villanueva del 30 de enero, como parte de las investigaciones sobre la presunta organización criminal al interior del Ministerio Público.
Lo dicho por Villanueva requiere corroboración y evidencias que contrasten su fiabilidad, y abarca un amplio espectro del elenco político peruano, incluyendo la coalición que respalda al Gobierno, y operadores judiciales. El exasesor de la suspendida fiscal Patricia Benavides también atribuye ciertas acciones a periodistas que suelen cubrir temas judiciales. El caso parece estar aún en sus etapas preliminares, pero las posteriores entregas seguramente seguirán generando muchos rebotes.
Finalmente, se dio una renovación de Gabinete parcial, que compromete a sectores claves. Los cambios del martes 13 eran esperados, aunque terminaron siendo sorpresivos, sobre todo en el Ministerio de Defensa. En el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y en el de Energía y Minas (Minem), en cambio, sus ocupantes parecían estar jugando los descuentos. Además, termina desplazando a los actores más longevos del Gabinete: tres de los cuatro cambios corresponden a ministros que acompañaron a la presidenta Dina Boluarte desde el día uno.
Todo ello, sin embargo, mueve poco a la política en su conjunto: ni aquello que compete a la esfera judicial (lo revelado en torno de Vizcarra y lo dicho por Villanueva) ni el recambio ministerial que abarca a un quinto del Gabinete.
En lo primero, los plazos judiciales son muy largos y difícilmente se pase de la bulla coyuntural; en lo segundo, y más allá de alguna potencial mejora sectorial, el equilibrio casi no se mueve.
Además, a la gente parece importarle poco lo que pase en la política. Ya en julio las cifras que reportaba el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) en ese aspecto eran muy reveladoras: en conjunto, a seis de cada diez encuestados la política les importaba poco (35%) o nada (23%). La situación parece no haber variado; al menos no hay indicadores que así lo grafiquen.
La temporada, además, trae festividades que por primera vez tienen las dimensiones de tiempos prepandémicos: la fiesta de la Candelaria en Puno y los carnavales, que tienen como epicentro a Cajamarca. Son ilustrativas, precisamente, las imágenes de este último punto, que demostraban aquellas manifestaciones ciudadanas que sí llegaban a ser masivas.
Las coplas carnavalescas y los atuendos estaban, como suele pasar, cargados de crítica social y política. Circuló un video de mujeres dirigiéndose a efectivos de la policía que custodiaban el carnaval, criticando su rol en las protestas de hace un año.
El país en su conjunto, en cambio, parecía encontrarse más cerca de la canción de Celia Cruz cuyo título encabeza esta columna –un celebratorio y jovial llamado a la paciencia o la resignación–. “Todo aquel que piense esto nunca va a cambiar / Tiene que saber que no es así / Que en la vida hay momentos malos / Y todo pasa / Todo aquel que piense que esta vida es siempre cruel / Tiene que saber que no es así / Que al mal tiempo buena cara, y todo cambia”.