“Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal: los hombres han comprado a los hombres y no se han avergonzado de degradar a la familia a la que pertenecen, vendiéndose unos a otros. Las instituciones de los siglos bárbaros, apoyadas en el curso de ellos, han establecido el derecho de propiedad en contravención al más augusto que la naturaleza ha conseguido”. Estas palabras, pronunciadas por el general San Martín, quien decretó en plenas Fiestas Patrias de 1821 la libertad de vientres pero no la abolición de la esclavitud –que debió esperar hasta 1854–, emocionaron al notable médico afrodescendiente José Manuel Valdés. Sus palabras de agradecimiento en una oda publicada en la prensa limeña (“De San Martín la libertad recibo y mis justos derechos”), además de la Orden del Sol, otorgada por sus servicios a la patria, dan cuenta de un caso inédito en las Américas. Esto es el acceso de un brillante mulato limeño a la llamada “aristocracia del talento” y al Estado peruano en calidad de primer médico oficial.
José Manuel Valdés nació en Lima, en 1767. Hijo del indio Baltazar Valdés, quien era músico, y de la negra, esclava liberta, María Cavada, quien trabajaba para una familia española. Debido a su notable inteligencia, la familia, que poseía una farmacia, asumió los gastos de su educación en el Colegio San Ildefonso, uno de los más prestigiosos, reservado solo para los españoles y criollos. Fue muy difícil para José Manuel lidiar con la discriminación y el racismo de la época, pero su objetivo de ser médico lo mantuvo recorriendo las bibliotecas más importantes. Estudiando de manera autodidacta, lo que él denominó “el arte de curar”. Su condición racial no le permitió ingresar a la universidad, solo obtener en 1788 el título de “cirujano latino”. Sin embargo, los hombres de ciencia que conocían de su talento –entre ellos, Hipólito Unanue– solicitaron un permiso especial al rey de España. Mediante Real Cédula, firmada por Carlos IV de España, el 11 de junio de 1806, Valdés fue exonerado del requisito de “limpieza de sangre” o la dispensa de color, y así logró su sueño de ser un médico fernandino.
Hipólito Unanue acogió a Valdés en el Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, donde su aventajado discípulo se graduó y ejerció la cátedra de medicina clínica. Su trabajo sobre la influencia del bálsamo de copaiba para curar las convulsiones infantiles se publicó en Francia, lo que colaboró en su renombre internacional. Cabe subrayar que Valdés ocupó por largos años un sitial (médico de la República) nunca antes alcanzado por un afrodescendiente en toda la región hispanoamericana. Ello debido a su contribución a la medicina peruana de la que dan cuenta decenas de libros, entre ellos, uno dedicado al cáncer uterino. Por si no fuera suficiente, Valdés, poeta y humanista, participó en las luchas de la independencia curando a las decenas de soldados del ejército sanmartiniano que cayeron presos de las tercianas y otras enfermedades en el campamento de Huaura. A pesar de que su talento le abrió muchas puertas y le permitió un status económico acomodado, el fernandino siempre sintió que su condición racial jugó en su contra.
Aparte de su producción científica, Valdés destaca por su aporte a la poesía, lo que lo coloca, de acuerdo a Menendez Pelayo, entre uno de los pilares de la literatura del siglo XIX. A sus “Poesías espirituales”, publicadas en 1818, se debe añadir la “Oda a San Martín”, de 1821, previamente citada. A ello le siguió un “Salterio Peruano de los ciento cincuenta Salmos de David y de algunos cánticos sagrados en verso castellano” (Lima, 1833) y una “Vida admirable del bienaventurado fray Martín de Porres”, otro mulato limeño del siglo XVII, al que también admiró. El hombre de ciencia, cuyo cuadro pintado por Pancho Fierro ha preservado su imagen y muy pronto tendrá su moneda honrando su excelente carrera, tradujo una serie de cánticos bíblicos, entre ellos, el “Magnificat”. Fernando Romero sugiere que los escritos religiosos de Valdés, marcados por un inocultable humanismo cristiano, sirvieron para paliar esa marginación que, a pesar de sus logros, experimentó. En esta semana patriótica quiero rendir homenaje a un curador de cuerpos y de almas, cuyo legado de servicio y sacrificio debe inspirar a las nuevas generaciones de peruanos, que espero asuman la tarea de reconstruir nuestra república agrietada por la exclusión y una patológica obsesión por el poder que desafortunadamente no acaba.