“Uno de los detonantes de la violencia es la urbanización no planificada”, sostiene el experto canadiense Robert Muggah. Tras haber juramentado el último jueves como alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio enfrenta el postergado reto de ordenar el crecimiento y uso de suelo de la capital para evitar, justamente, el detonante de la violencia mencionado por Muggah. La caótica expansión actual de Lima hacina, sepulta patios y jardines, y hasta resulta insalubre física y emocionalmente.
Erradicar la pandemia de la violencia debería encabezar la agenda de prioridades de Castañeda, al que por su poco hablar se le apodó “El Mudo”. Esa violencia que se engendra en los hogares, se expande por las calles, ingresa a los colegios, a los centros laborales y de recreación, igual a un “virus” contagioso como en efecto opera, según sostiene el epidemiólogo Gary Stultkin, de la Universidad de Chicago.
El jueves cuando Castañeda juramentó como alcalde, fueron encontrados siete perros y varias crías carbonizadas en un basural de San Martín; un par de semanas antes un desadaptado del distrito de Salamanca amarró un perro a su auto y lo arrastró hasta herirlo gravemente. Esto sin mencionar las decenas de balaceras en discotecas y hostales, los suicidios, las golpizas callejeras y domésticas, los asesinatos y demás actos violentos, cada vez más usuales y omnipresentes en los medios. Esa es la peor pandemia de nuestro tiempo y va desde la tortura animal hasta golpear a niños, mujeres y ancianos, insultarlos o denigrarlos. seg
A la violencia ya se la estudia como “enfermedad de transmisión social”. Comprender que es contagiosa resulta esencial para prevenirla. Este “microbio” causa cambios cerebrales y se dispara bajo determinadas condiciones sociales. “Es importante entenderla como un tema de salud biológica y un proceso epidemiológico”, sostiene el doctor Slutkin.
Quienes crecen inmersos en la violencia, por ejemplo, tienen más probabilidades de desarrollarla. El “contagio” sigue un patrón similar al de cualquier enfermedad. Sus víctimas, además, llegan a percibirla como normal, incrementándose el riesgo de propagación. Según Stulkin las interacciones violentas crean patrones geográficos similares a los de las epidemias, con puntos de origen, zonas activas y epicentros. Los actos aislados son repetidos por otros y estos seguidos por otros más (cual un brote y expansión de gripe, digamos.
“¿Qué precede a un caso de violencia?”, pregunta el epidemiólogo Slutkin, y contesta: “un caso anterior de violencia, ese es el mayor indicador de riesgo” (como en mayor riesgo de contraer tuberculosis está quien ha estado expuesto a ella). Su teoría es que la violencia se comporta casi como cualquier enfermedad infectocontagiosa.
La buena noticia es que existen protocolos para revertir las epidemias y eso pasa por: interrumpir la transmisión (detectar los primeros casos); evitar la propagación (saber quién estuvo expuesto, pero que puede no estar contagiando aún); y cambiar las normas (actividades comunitarias, educación pública, amplia difusión del mensaje). Esta intervención combinada permite alcanzar la “inmunidad de grupo”, explican los estudios de Stulkin. Así es como se han revertido las grandes epidemias modernas, y este enfoque parece ser la mejor herramienta para erradicar la pandemia que mata anualmente a más personas que las guerras.
Solo si “El Mudo” entiende la violencia cómo una enfermedad contagiosa, podrá frenar la peor epidemia que afecta a Lima desde la peste bubónica.