Hasta en tiempos no tan viejos, desear “salud, dinero y amor” era como desear “feliz Navidad” o “buen viaje”. Era una dulce expresión que contenía, además, un orden: si podía haber salud, podía también haber dinero, y mejor aún si el amor podía contar con salud y dinero.
Es cierto que en estos tiempos no tan nuevos la salud ha pasado de ser un deseo romántico a ser un derecho humano esencial muy difundido, pero tan inútil que resulta inalcanzable para millones de personas. Los gobiernos siguen pensando diez veces al día si deben o no priorizarla, mientras los índices de mortalidad no parecen movilizar el alma de ningún burócrata nacional o internacional.
La salud es un derecho declarado, políticamente manoseado y demagógicamente ofertado, mas no una realidad.
El dinero ya no es el que era, es decir, el referente económico con el que las familias podían –si es que podían– mirar más allá del día a día. Hoy el dinero es cierto como incierto, tangible como intangible. Vale o no vale según cómo pasa de unas manos a otras. En su velocidad de transacción ha dejado de ser una ilusión legítima para quien se lo gana con el sudor de su frente. Los S/333 de ayer pueden ser los US$100 de hoy, como los US$100 de hoy, los S/150 de mañana o esos S/150 tal vez, en una semana, los US$400 de suerte en una fluctuación monetaria favorable.
Para los gobiernos cualquier coyuntura es preferible al quebradero de cabeza de la salud, así el coronavirus o el dengue comenzarán por instalarse en las oficinas públicas, donde las demandas sociales son tratadas con la punta del zapato. Para los gobiernos, crear mayores y mejores condiciones de inversión y rentabilidad es como la cuadratura del círculo. Un imposible clásico. Por razones ideológicas o populistas viven encantados de tirar la hacienda pública por la ventana antes que esforzarse por objetivos de gestión que promuevan la generación de riqueza y combatan realmente la corrupción, sin discursos hipócritas de por medio.
En un país como el Perú, que de venir creciendo económicamente sobre el 5% y 6% debe hoy reconocer que no puede crecer más del 2%, no se puede desear así nomás “¡salud, dinero y amor!”, porque los hospitales del ministerio del sector viven su peor desastre en décadas (salvo el esfuerzo de Essalud por mantenerse excepcionalmente de pie); porque los más grandes proyectos de inversión de miles de millones de dólares, en muchos rubros, están en punto muerto, en una demostración del lujo que se puede dar el Estado Peruano de sumar en su haber una década perdida más; y porque tampoco se puede hablar de amor cuando cientos de niños y niñas, mujeres y ancianos, son víctimas de abusos y homicidios horrendos en una ola criminal que entre sus protagonistas tiene de todo: desde delincuentes comunes hasta psicópatas, desde pedófilos de arrabal hasta pedófilos de convento, pasando por bandas y mafias que tanto se abren paso en terrenos privados como públicos, y por un Estado indolente e incapaz para enfrentar la inseguridad interna.
No es verdad que los valores de la salud, el dinero y el amor se hayan perdido definitivamente en el Perú y en el mundo. Mi escepticismo constructivo me dice que tampoco se perderán definitivamente a futuro. Ocurre sí que estos valores se han degradado a un nivel de espanto. La gente desposeída de toda atención a su salud ha aprendido a procurársela casi de milagro. El dispendio presupuestal estatal y la corrupción han envilecido el dinero público y privado. De qué amor podemos hablar sin el mínimo sentido de respeto, compasión y solidaridad entre miembros de una misma sociedad. Y lo que es peor: en medio de la violencia que los arrasa.
Quizás algún día podamos volver a desear, sin la tristeza y vergüenza de hoy, “¡Salud, dinero y amor!”.