Cuando la televisión peruana se encendió una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su estante convertida en un monstruoso insecto. Ni siquiera una oscura fantasía de Franz Kafka sería suficiente para describir la terrorífica metamorfosis que sufren nuestros malogrados canales de señal abierta. Una ronda de felices cucarachas en primer plano, sucias, desafiantes y filosas. El reto ahora es del programa “El Último Pasajero”: ejemplares monstruosos de la familia de los blatodeos (dígase cucaracha en buen cristiano) esperan confiados y retan en una vajilla de porcelana la bizarría de una sometida y obligada concursante menor de dieciocho años. Cuánto dolor en las cocinas de nuestros pundonorosos chefs quienes, cada vez que pueden, nos dicen que en el Perú se come rico.
A diferencia de otras producciones donde el propósito de enmienda es reducido a dimensiones liliputienses, esta vez sí hubo disculpas públicas y una mínima intención de rectificar el horror. Eso no alivió, y que apechuguen nomás, el castigo impuesto por el Comité de Solución de Quejas de la Sociedad Nacional de Radio y Televisión. Casi cuarenta mil soles de multa por ser discípulos del exceso y por ser esclavos de la antena caliente. En los estudios de televisión de “El Último Pasajero” ahora deben haber tramitado un oportuno delivery de insecticidas.
Desde la degustación de axilas de Laura Bozzo (“pase y pruebe”, parecía decir la exaltada conductora como si estuviera ofreciendo exóticos platos en un stand de Mistura), hasta llegar a récords nacionales del mal gusto con esta televisión 2015 plagada de nidos de cucarachas al pie de un set. Aquí no aplica el pretexto de programa nocturno o de adultos que, si les da la buena gana, pueden besar a un cocodrilo en cámaras. Los concursantes de “El Último Pasajero” son adolescentes que aún están a varios meses de pedir su primer DNI azul. Promociones entusiastas de púberes encarcelados en un concurso donde no se premia a quien se sabe de memoria el discurso libertario de Don José de San Martín sino a quien tenga el más resistente estómago para poder ingerir a coleópteros, dípteros y dictiópteros, órdenes de insectos que deben estar frente a un microscopio de un biólogo antes que ser aderezadas para acompañar las más perturbadoras ensaladas.
El desarreglo no solo es de canales peruanos, basta una mirada fugaz a videos japoneses para vernos como los más píos del planeta. Aún estamos a tiempo de salvarnos. La sanción a este programa “escolar” puede ser la vitamina para no empequeñecernos más. Si no limpiamos la casa algún día nos haremos tan enanos que veremos a esas apocalípticas cucarachas como un horrendo gigante que buscará venganza por cada uno de sus compañeros devorados en la tele.