Durante la campaña presidencial, el profesor Castillo hizo del sombrero chotano una especie de marca registrada. Era una manera de subrayar su lealtad a la tierra en que nació, así como su condición de hombre de campo. Y le daba, además, ocasión de poner reiteradamente en escena ese bonito número que consistía en cerrar sus arengas proselitistas retirándoselo brevemente de la cabeza y proclamando: “palabra de maestro”.
Como cabía prever, el acceso al poder no lo hizo renunciar a la prenda. La tuvo puesta cuando pronunció el discurso de 28 de julio, cuando fue reconocido como jefe supremo de las Fuerzas Armadas y hasta cuando le colocaron la primera dosis de la vacuna contra el COVID-19. Un gesto que indica a las claras que ha querido convertir el proverbial sombrero en un emblema de su gobierno y que, por supuesto, nadie tiene por qué censurarle.
Pero así como a él lo asiste el derecho de transformar el referido tocado en un símbolo de su administración, a nosotros nos asiste el de interpretarlo. Y bien sabido es que las lecturas que la gente hace de las alegorías de este tipo revelan a veces mucho más de lo que el emisor del mensaje cifrado quiso comunicar en principio.
–”Actitud obstruccionista”–
En esta pequeña columna, efectivamente, estamos persuadidos de que el sombrero oficial del régimen invita a una asociación de ideas que apunta a la entraña no declarada del proyecto político de Castillo y Cerrón. Un sombrero, después de todo, lo que busca es producir sombra y si algo ha caracterizado hasta ahora a la gestión del presidente y su patrón es el afán de huir de la luz y la transparencia.
¿No es eso acaso lo que sugieren los días en que el profesor despachó en la casa de Breña y no en Palacio? ¿No parece ser ese el sentido de los impedimentos que se les pone cotidianamente a los medios para cubrir las actividades del Ejecutivo? ¿No dejan ese mismo sabor las cortinitas colocadas en el automóvil que traslada al mandatario y evitan que se identifique a sus ocasionales compañeros de viaje?
Desde luego que sí. Y hasta el extraño ritual de medianoche por el que el profesor le tomó juramento al más ignominioso de los elencos ministeriales que gobierno alguno nos haya infligido a los peruanos corrobora esa impresión.
Quienes administran hoy el poder quieren moverse en la penumbra porque en ella no es posible distinguir ni los perfiles ni los manejos oscuros que pudieran hoy abundar en el espacio que habitan. De ahí que envíen a esos escuadrones precursores de las rondas urbanas con las que sueñan a gritarle “prensa basura” a quienes han expuesto en estos días la alarmante historia personal o los impedimentos de ley que hacían –y hacen todavía– inviable la colocación de determinados individuos en la estructura del Estado.
En realidad, fue el propio presidente del Consejo de Ministros (al que recordamos portando hasta hace poco un sombrero más pequeño que el del presidente, pero no por ello menos proveedor de sombras), el que empezó a hablar de la “actitud obstruccionista” de la prensa para aludir a los medios que hicieron las denuncias que terminaron con la remoción apresurada de funcionarios que no cumplían con los requisitos éticos o legales para sostenerse en los ministerios en los que habían sido nombrados. Un fraseo, por cierto, del que se sigue que la obstrucción consistió en no dejarlos salirse con la suya.
Debemos agradecer, no obstante, el rapto de honestidad que llevó al premier Bellido a responder en esa misma conferencia de prensa la pregunta de un periodista intrigado por las razones de tanta designación infausta en los siguientes términos: “Usted se olvida qué partido ha ganado las elecciones. Si hay personas que participan [en puestos del gobierno], provienen también de las personas que han hecho posibles los resultados de estas elecciones”. Es decir, estamos ante un aprovechamiento de los recursos del Estado para recompensar a los que hicieron méritos en la campaña.
Dicho todo esto, hay que anotar que no ha sido la prensa el único resorte del sistema democrático que ha reaccionado ante este baile en las sombras. También la Defensoría del Pueblo y la Contraloría publicaron esta semana pronunciamientos en los que se esforzaron por echar luces sobre él y pusieron a los voceros del gobierno a murmurar explicaciones con ribetes de trabalenguas que dejaron en evidencia que se habían sentido pillados con las manos en la masa (o el erario).
–Ministros con yaya–
La que todavía no ha mostrado reflejos, sin embargo, es la mayoría opositora que existe en el Congreso. Consultados sobre las medidas que pensarían adoptar para frenar y revertir esta repartición de premios en el Estado, los representantes de las distintas bancadas que conforman esa mayoría simplemente han divagado: unos han anunciado su resolución de no reunirse con Bellido hasta que no se haya retirado del gabinete a los ministros con yaya; y otros, su deseo de interpelar a estos últimos en los próximos días. Pero todos en general han dado señas de un estado de orfandad y desorientación que hace temer por el futuro de la misión de contrapeso al Ejecutivo que hemos puesto en sus manos.
Imagínense cómo será de grave la cosa para que a estas alturas nuestra mayor esperanza de deshacernos de la morralla enfajinada sea la amenaza presidencial de bajar sus sueldos a la mitad. Porque los que ya tienen su huachito ganador en la mano no le van a aguantar al profesor ese salto ni aunque estemos en época de Olimpiadas.