Desde 1922, la economía peruana ha tenido diez recesiones, aproximadamente una cada 10 años. Podrían ser 11 si consideramos la ligera caída del PBI en el segundo y el tercer trimestre del 2009, según una definición convencional, pero discutible de recesión; aunque, considerando el año completo, la economía creció. Podrían ser 12, también, si insistimos en llamar recesión a la situación en la que nos encontramos ahora.
La primera y posiblemente la más larga y profunda ocurrió entre 1930 y 1932, en los primeros años de la Gran Depresión. La siguiente, más breve, fue en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. De aquellas épocas, lamentablemente, no tenemos información detallada que nos permita decir con exactitud cuándo comenzaron y terminaron las recesiones o cómo salimos de ellas.
Luego vinieron las de 1958 y 1978, las de 1982-1983 y 1988-1989, las de 1990, 1992, 1998 y la del 2020. La mayoría duró un año o menos. El peor momento generalmente llegó entre el primer y el tercer trimestre de iniciada la recesión, pero en las más largas no fue sino hasta el cuarto trimestre. Y desde ese peor momento hasta el final pasaron, por lo general, otros dos o tres trimestres.
Algunas fueron recesiones profundas, con caídas del PBI de 5%, 10% y hasta 20%. La actual recesión se parece más a la de 1992, que fue una de las más leves de todas. La economía se contrajo en un 0,5% ese año. El consumo cayó un 0,7%, y la inversión privada, un 4,1%. Ambos rebotaron al año siguiente.
Todas las recesiones de 1958 en adelante estuvieron asociadas a una caída del consumo. Todas, menos una, estuvieron asociadas a una caída de la inversión privada.
Pero solamente en la mitad de los casos hubo una caída del gasto público o de la inversión pública. La experiencia parece indicar que las recesiones poco tienen que ver con la ‘ejecución’ presupuestal.
Como es de esperar, la caída del consumo rara vez afectó a los sectores agropecuario y pesquero. La gente tiende a reducir su consumo de otras cosas antes que su consumo de alimentos. La manufactura y el comercio suelen ser los sectores más afectados. La construcción, no tanto: ha caído en la mitad de las recesiones, pero en la otra mitad ha seguido creciendo.
Salvo quizás en 1989, cuando faltaba menos de un año para el cambio de gobierno, el final de una recesión no parece estar relacionado con la proximidad de las elecciones o con otro acontecimiento político. Habría que hurgar en la memoria para ver si hubo algo que diera ‘confianza’ a los inversionistas. Pero solamente en la mitad de los casos se ve un crecimiento de la inversión privada en el año en el que salimos de la recesión. En los demás casos, la inversión privada siguió cayendo (a veces, estrepitosamente). De algunas recesiones salimos con impulsos fiscales; de otras, sin ellos. No es claro que hayan sido determinantes.
La principal lección que emerge de este recuento histórico es que no hay un remedio probado contra la recesión. En lugar de experimentar con un ‘shock’ de inversiones, concentrémonos en defender el modelo económico con el que hemos crecido casi ininterrumpidamente los últimos 30 años.