Repartija: la enésima crisis en la elección de magistrados al Tribunal Constitucional es una manifestación muy elocuente del deterioro de nuestras instituciones. El Congreso que acaba funciones ha sido, con mucha justicia, calificado como el peor de nuestra historia. Ha estado plagado de mediocridad, demagogia, soberbia, y muchas veces estuvo dedicado a la defensa de intereses oscuros. El proceso de selección de magistrados al Tribunal Constitucional es un buen ejemplo de todo ello.
Pequeñez: no debiera entusiasmar que sea un juez quien haya terminado definiendo una pugna política. Son demasiados los casos en los que estos toman decisiones que en la práctica usurpan funciones de otros, como para no preocuparse. Y no hay que engañarse: dada la pequeñez de nuestros políticos, salvo poquísimas excepciones dentro y fuera del Congreso, lo que en realidad ha estado en disputa es si el Tribunal Constitucional era cambiado para lograr uno “derechista”, que le ponga barreras a Pedro Castillo, o mantener uno “izquierdista”, que sea más propenso a facilitar decisiones del nuevo gobierno. Y, dado el momento en que se emitió, bastó la cautelar de un solo juez para zanjar la referida discusión política, favoreciendo a uno de los dos mezquinos intereses en pugna.
Deplorable: mintió una vez más. Fujimori ya hizo público que no reconocerá el resultado electoral. Ello se suma al ya enorme daño que le hizo al país cuando actuó de esa manera con Pedro Pablo Kuczynski, siendo la responsable principal de cinco años de inestabilidad institucional que, en mucho, explican el resultado de estas elecciones.
Lamentable: es una pena que una persona tan respetable como Mario Vargas Llosa comparta la decisión de Fujimori. Peor aún, que acuse al gobierno de Sagasti de haberse parcializado en las elecciones. Esta es una afirmación que no tiene sustento alguno en la realidad. Hay tantos riesgos con el gobierno que se viene (y van desde el despelote total hasta el autoritarismo) que se necesitará que nuestras mejores gentes, con cabeza fría y con legitimidad democrática, estén vigilantes y no desautorizados por negarse a reconocer la realidad.
Cajón: ya se viene el nuevo gobierno. Este va a estar conformado por personas que, frente a todos los problemas, han venido sosteniendo que sería otra la realidad si “el pueblo” (léase ellos) estuviese en el poder. Les toca experimentar que una cosa es con guitarra y otra con cajón. La multiplicidad de demandas que cotidiana y justificadamente hace la población al Estado no van a desaparecer. Los conflictos no tardarán en expresarse de la misma manera y con la misma exigencia que en anteriores periodos; o quizá más, dado que por poco no se ha ofrecido “que las corvinas fritas nadarán con su limón”.
Vilavilani: es un conflicto que enfrenta por el agua a Tacna y Puno. La mayoría de las personas que viven en las zonas más pobres de la ciudad heroica carecen de agua (no por nada está en la cabecera del desierto de Atacama, el más seco del mundo). Solo con ese proyecto podrían acceder a ella. Es uno ya en ejecución desde hace algunos años, con autorización de la Autoridad Nacional del Agua. Pues los pobladores de las zonas alto andinas de Tacna y las poblaciones vecinas de Puno se oponen radicalmente a este y exigen su paralización. Lo hacen porque consideran que ello disminuirá el agua que tienen y que no les sobra. Ambas regiones han votado mayoritariamente por Pedro Castillo, y le tocará al gobierno nacional resolver esta pugna (acá no hay grandes empresas a las que culpar). Si no lo hace, los dos lados en conflicto lo resentirán; y si encuentra justificación suficiente en uno de ellos y va por ese camino, los “perdedores” no se lo perdonarán. Gobernar es una de las tareas más difíciles y más incomprendidas. Ya faltan pocos días para que se enteren.
Alentador: entre tanta noticia preocupante y deprimente es un bálsamo ver cómo desde el gobierno se puede poner en práctica la vacunación masiva de la población y a un ritmo que da razones para el optimismo. El gobierno de Sagasti nos va a dejar unas 5 millones de personas completamente vacunadas, más de 50 millones de dosis comprometidas y una estrategia sensata de cómo aplicarlas. Avance extraordinario que, ojalá, sepa continuar el próximo gobierno sin querer reinventar la pólvora. Y, menos todavía, se cometa la insensatez de dedicar los primeros meses de gestión a sacar gente a las calles para presionar al Congreso, potenciando los riesgos de contagio. La tercera ola vendrá con la variante Delta, la más peligrosa de todas. Las autoridades de salud estiman que causará casi dos millones de infecciones y más de 52.000 muertos (ojo que con la segunda ola se quedaron cortos con el pronóstico). Ya son casi 200.000 vidas de peruanos las que se han perdido, sería en extremo irresponsable desde el gobierno aumentar la cuenta.