Hace un siglo, el 7 de noviembre de 1917 en el calendario occidental, los bolcheviques guiados por Lenin asaltaron el Palacio de Invierno, sede del gobierno provisional de Rusia y tomaron el poder. No lo soltaron nunca más hasta que el fracasado régimen comunista se derrumbó en 1991.
Aunque después los marxistas plantearon ese acontecimiento como una suerte de inevitable marcha de la historia, el comunismo reemplazando al capitalismo –y muchos creyeron eso–, en realidad fue un suceso que no se habría producido de no ser por la voluntad, capacidad, audacia y ambición de poder de Lenin. Y el mundo sería muy distinto hoy día.
Cuando producto de las derrotas en la guerra y el hambre que padecía el pueblo ruso fue derrocada la autocracia de los Romanov, en marzo de 1917, se instaló un débil gobierno provisional integrado por personalidades diversas y cambiantes alianzas. Lenin, que vivía en Suiza, regresó a Rusia en un tren que le habilitó Alemania, país que estaba en guerra con Rusia y masacrando a su ejército y apoderándose de su territorio. En la Europa asolada por la guerra, Lenin no tenía forma de llegar de Suiza a Rusia sino pasando por Alemania (Robert Service, “Lenin. Una biografía”). Fue una alianza que mostró la absoluta falta de escrúpulos de Lenin y del ejército alemán.
En realidad, los alemanes habían estado financiando a los bolcheviques –que propugnaban la derrota de su país– para que desestabilizaran a la monarquía rusa a través de Alexander Helphand (Parvus), un marxista ruso-alemán enriquecido en negocios oscuros. “Lenin estaba intentando fomentar la revolución socialista europea con una asignación económica secreta de gente a la que tachaba públicamente de imperialistas alemanes” (R. Service). No es que Lenin fuera un espía alemán, como lo acusaron en Petrogrado durante esos meses turbulentos. Pero para él, el fin justificaba los medios.
La presencia de Lenin en Petrogrado fue absolutamente decisiva. Cuando estalló la revolución y el zar Nicolás II fue depuesto, los bolcheviques locales no tenían la menor intención de tomar el poder. Ellos, al igual que los mencheviques, los socialistas revolucionarios y varios otros partidos, respaldaban al gobierno provisional y consideraban que la revolución socialista era imposible. Además, eran una minoría entre los varios partidos revolucionarios. En junio, en el Primer Congreso de los Sóviets de toda Rusia, los bolcheviques eran 105 de 822 delegados, menos del 13% (E.H. Carr, “La revolución bolchevique 1917-1923”, vol. I).
En sus Tesis de Abril Lenin formuló la estrategia para hacerse del poder. Cuando llegó a Rusia se puso manos a la obra e impuso paulatinamente sus ideas a la vacilante cúpula bolchevique. Tuvo un aliado importante en Trotski. Pero a diferencia del arrogante Trotski, que no tenía partido y era detestado por bolcheviques y mencheviques, Lenin era el líder indiscutible del bolchevismo desde 1903.
Sin Lenin, los bolcheviques probablemente hubieran sido uno más de los varios partidos antizaristas que pugnaban por destacar en la caótica situación que vivía Rusia en 1917 y no hubieran tomado el poder. Hoy día el bolchevismo ocuparía algunos párrafos o páginas en los libros de historia como otro de los varios movimientos marxistas y socialistas de fines del siglo XIX y principios del XX que desaparecieron o mutaron después de participar en períodos de convulsión.
Después de asaltar el poder, Lenin maniobró para mantenerlo, imponiendo el terror rojo, liquidando sin vacilaciones a sus adversarios y las posibilidades de establecer un gobierno democrático. Una de sus consignas principales –junto con todos los partidos antizaristas– había sido la de una Asamblea Constituyente que estableciera las bases de un gobierno democrático. Las elecciones a la Constituyente, convocadas por el gobierno provisional antes de la toma del poder por los bolcheviques, se celebraron en noviembre de 1917. Los bolcheviques obtuvieron menos del 25% de los escaños. Cuando se reunió la Asamblea, Lenin mandó un destacamento militar y la disolvió. El marxismo y la democracia son incompatibles. La única forma de imponer el comunismo a una sociedad es mediante una dictadura.
El punto es que el victorioso bolchevismo, luego Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), se convirtió en un polo de atracción para muchos revolucionarios en el mundo que constituyeron partidos a su imagen y semejanza, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se transformó en un país con una fuerza suficiente para influir decisivamente en la expansión del comunismo.
Como producto de su triunfo en la Segunda Guerra Mundial, Stalin engulló a ocho países de Europa del Este, estableciendo en ellos dictaduras dependientes de la URSS y expandiendo el comunismo significativamente.
Quizás más transcendental aún, a la sombra del PCUS y su instrumento, la Internacional Comunista, en 1921 se fundó el Partido Comunista Chino (PCCh) en un país campesino y sumido en el caos. Pero, muy importante, vecino de la URSS. Sin la ayuda soviética y sin la amenazante presencia de la URSS en esa parte del mundo, probablemente el PCCh no hubiera podido derrotar al Kuomintang del general Chiang Kai-shek, apoyado por las potencias occidentales, en 1949.
Ni qué decir de Vietnam y los países de la antigua colonia francesa, Indochina.
En suma, con la ayuda soviética y luego China, y con el paraguas protector, militar y político de ambos, se establecieron regímenes comunistas en Vietnam y Corea del Norte.
Fidel Castro no hubiera podido instaurar una dictadura comunista en Cuba a 150 kilómetros de EE.UU. sin la protección y la ingente ayuda soviética. Quizá hubiera establecido una dictadura más parecida a la de Rafael Leonidas Trujillo o Anastasio Somoza.
Hoy día parece natural que haya existido la URSS y el comunismo dominando buena parte del mundo y gobernando sobre cientos de millones de personas durante décadas, como una etapa más de la historia. No es así.
Sin Lenin y su decisiva intervención entre abril y noviembre de 1917, no habría habido una revolución comunista en Rusia. Y sin la Unión Soviética, el PCUS y la Internacional Comunista, los partidos comunistas no hubieran existido o habrían sido insignificantes, y es muy improbable que el comunismo hubiera podido tomar el poder en algún país. El mundo sería muy diferente hoy día, no necesariamente mejor, nadie lo sabe, pero definitivamente distinto.