Cuando a los 18 años decidí seguir la carrera de Economía, mi padre me consiguió una cita con Rómulo Ferrero Rebagliati buscando su opinión y consejos al respecto. Por eso, recordar sus ideas y su obra es una satisfacción personal; ya que, en cierta forma, siento que mi propia vida profesional tiene un elemento de continuidad con ellas.
La obra de Ferrero es amplia y estuvo centrada en el descubrimiento y divulgación de las leyes de la economía. Pero sus análisis y recomendaciones fueron más allá de recetas para un rápido crecimiento del PBI. El mensaje central de su obra es que el desarrollo económico se levanta sobre el equilibrio entre la actividad productiva y otros aspectos de la vida social. Su ensayo “Directivas para un Programa de Desarrollo Económico Nacional” publicado en 1956, se inicia con un recuento de los graves desbalances sociales: “Mientras no desaparezcan estas diferencias, el país no constituirá verdaderamente una unidad nacional, ni podrá alcanzar el desarrollo económico que todos debemos desear”.
La llamada al balance y al equilibrio social no es únicamente un recordaris de imperativos morales, que ciertamente fue un constante en la vida personal de Ferrero, y que se expresó en su religiosidad y liderazgo. Ferrero fue presidente del Comité Ejecutivo para la realización de la “Primera Semana Social en el Perú” en 1959. Su presentación fue una mirada detallada a diversos aspectos de la vida de la población, recontada con conocimiento y empatía. Pero, más allá de una llamada moral, el mensaje era la interpretación de un economista analítico. Ferrero buscaba explicar los mecanismos causales del desbalance, en especial los vacíos y atrasos en las condiciones de vida de la población, y puso la atención sobre todo en el cuadro de obstáculos y desventajas productivas que afrontaba la población mayoritaria en la Sierra, pobreza que atribuyó particularmente a la escasez de tierra agrícola, la falta de comunicaciones, y el atraso educativo. Sostenía que para una mayoría de los peruanos la solución social se encontraba indisolublemente ligada a la baja productividad de sus tierras y a los obstáculos físicos y culturales que los distanciaban de los centros de alta productividad de la economía.
En la visión de Ferrero, cuando se trataba de acciones y políticas dirigidas estrictamente a la actividad productiva, el equilibrio era también un elemento central. Desconfiaba de los argumentos entusiastas que abogaban a favor de un sector o de una intervención que se presentaba como “motor” para el resto de la economía. El ejemplo más claro eran los reclamos por priorizar la industrialización, justificando altos niveles de protección e incluso subsidios directos. Ferrero preguntaba, “¿De que servía aumentar la producción de manufacturas si no se levanta la capacidad de compra de la mayoría de la población?”. Salvo algunos sectores exportadores, debía existir paralelismo entre la producción y la capacidad de consumo de la gente. Para Ferrero, la economía sana y dinámica se lograría mediante el aprovechamiento cabal de todos sus elementos, tanto las distintas regiones como la variedad de actividades productivas, lógica que va más allá de la ventaja comparativa del momento, y que deja margen para cambios poco previsibles en precios, costos, tecnologías y preferencias de consumo, no solo propios sino de nuestros competidores y consumidores en otros países.
Pero el desbalance que más ocupó sus escritos y conferencias fue el proveniente del mal manejo monetario y fiscal. Como Ministro de Hacienda en el Gobierno de Bustamante y Rivero durante la década de 1940 tuvo una experiencia que constituyó un aprendizaje abrupto y lo convirtió, durante el resto de su vida, en un analista y predicador constante sobre la importancia del equilibrio en el manejo tanto de las cuentas fiscales como del control monetario. La indisciplina se redujo temporalmente, durante la siguiente década, pero luego siguió agravándose hasta culminar en la desastrosa hiperinflación de fin de siglo.
La coincidencia con Ferrero sucedió anecdóticamente y fue el único contacto personal que tuvimos, pero hoy considero un honor seguir la senda marcada por él, compartiendo esa vocación por comprender nuestra economía, no como elemento aislado, sino como parte integral de la sociedad, y al mismo tiempo su vocación investigadora y educativa.