Nada ilustra la vida peruana como el revuelo levantado por las desventuras del zorrito Run Run. Comprado por la señora Maribel Sotelo en los alrededores del Mercado Central, Run Run, un cachorro de zorro andino (‘Lycalopex culpaeus andinus’), objeto del tráfico ilícito de fauna silvestre, fue vendido a la señora Sotelo por comerciantes informales, diciéndole que era un cachorro de husky siberiano, tal vez porque tenía carita lobuna y las orejas largas y puntiagudas.
Run Run, de dos meses, se fue a vivir a casa de los Sotelo, en el asentamiento humano Sol Naciente, en Comas. Run Run vivía contento en su nuevo hogar. La familia y el zorrito convivieron durante tres meses, hasta que, en mayo, inquietos por sus conductas poco perrunas, decidieron que Run Run no podía quedarse. Lo pusieron en una canasta para mascotas y se comunicaron con el Servicio Nacional Forestal (Serfor), pero estos nunca fueron a buscarlo.
Ese mes se produjo una tormenta de rayos sobre el norte de Lima. Run Run, asustado, logró huir de la casa. Run Run, ya de cinco meses, deambulaba por Sol Naciente, haciéndose amigo de los perros y de los niños. La gente le daba comida, pero a Run Run le gustaban los cuyes de los vecinos. A principios de noviembre, los dueños de los animales devorados llamaron a algún medio de comunicación para quejarse, iniciándose así las desventuras del zorrito.
Llegaron unos periodistas con chalecos para cubrir la noticia. De día, Run Run dormía plácidamente en distintos lugares de Sol Naciente, pues los zorros son nocturnos. Para poder tener videos de la fiera en acción, los hombres de prensa le tiraron piedras, y en el mejor estilo de los paparazzi europeos, cuya víctima más ilustre fue la princesa Diana, lograron hacer que Run Run huya aterrado de ellos.
Las imágenes de Run Run aparecieron en los noticieros del 3 de noviembre en la noche y causaron una gran sensación. Los mal pensados hablaron de un psicosocial, de una cortina de humo para ocultar diversos escándalos del gobierno; pero no, Run Run era real y en medio de la sordidez y de las frustraciones políticas del 2021, el zorrito de cara afilada generaba una ola de simpatía y ternura hacia él. Las vicisitudes de Run Run nos hacían olvidar por unos instantes nuestras propias desventuras.
La noticia tuvo el mismo efecto alrededor del mundo. La agencia Reuters, “El Tiempo” de Bogotá, “Clarín” de Buenos Aires, la BBC, Sky News y el “Daily Mail” del Reino Unido, TV Azteca de México, “La Stampa” de Turín, “De Telegraaf” de Ámsterdam, el “Daily Sabah” de Estambul, France24, y el “Huffington Post” de Nueva York, entre otros, convirtieron al zorrito andino en una celebridad internacional.
Ignorante de su fama, Run Run se alarmó cuando el 4 de noviembre aparecieron otros enchalecados. No le tiraban piedras, pero no lo perdían de vista. El 8 de noviembre el zorrito encontró comida apetecible y al iniciar la colación le dispararon un dardo que lo dejó atontado. Los señores con chalecos lo capturaron, y, en coordinación con las autoridades municipales y policiales, el Serfor –que ya no podía ignorar al famoso Run Run–, lo llevó al Parque de las Leyendas, poniéndolo en cuarentena en un espacio adecuado. Dormía en la jaula donde lo llevaron, pues allí, escondido, se sentía más seguro.
Una ONG, el Instituto Peruano de Asesoría Legal del Medio Ambiente y Diversidad, interpuso inmediatamente una demanda de amparo contra las autoridades que tenían en su poder al zorrito, cuestionando el cautiverio de Run Run en el Parque de las Leyendas y pidiendo que sea llevado a un refugio para fauna silvestre. El Tercer Juzgado Constitucional de Lima admitió a trámite la demanda. El 27 de noviembre, temprano en la mañana, el Serfor retiró al zorrito del Parque de la Leyendas. A fines de diciembre se rumoreó que Run Run había muerto, cosa que el Serfor desmintió.
Las vicisitudes de Run Run están compuestas por el tráfico ilícito de fauna silvestre, la venta informal engañosa, el aviso de la familia Sotelo al Serfor y la indiferencia inicial de esta entidad, los paparazzi y la primicia, que llevaría al despertar del Servicio Nacional Forestal y a la acción de amparo interpuesta por una ONG contra este, llevando al ocultamiento y, tal vez, al olvido del zorrito en las penumbras del Estado. Su historia es el reflejo microcósmico del caos que afecta a los peruanos en el macrocosmos. Ojalá, Run Run salga bien librado de sus desventuras.