He estado cuatro veces en Arica y otras tres en Santiago. La segunda vez que visité la primera pude advertir que, de la Plaza de Armas hasta el malecón, había un buen nivel de vida, mientras que desde la misma plaza hasta el morro, sobre todo donde empezaba el ascenso, había ‘callampas’, que es el nombre que los chilenos le dan a nuestros pueblos jóvenes. Las casas eran de madera, modestas. Eso sigue hasta hoy.
Era 1982 y, aunque el terrorismo ya estaba presente en nuestro país, decidí viajar a Tacna con mi familia. Por insistencia de mis hijos, Paco y Doris, pasamos la frontera hasta Arica. En el centro de la ciudad tomamos un helado y subimos al morro para visitar el museo. Gobernaba el feroz y sanguinario Augusto Pinochet, que había impuesto a sangre y fuego (durante el régimen pinochetista el país estuvo bajo estado de sitio) el modelo neoliberal, producto no solo de las recomendaciones del FMI, sino de una línea ideológica dentro del liberalismo que nació en la pequeña ciudad suiza de Mont Pelerin.
El modelo económico de mercado que campea por todo el mundo y es monocorde, en Chile fue concebido por un grupo de jóvenes economistas conocidos como los ‘Chicago Boys’. Ellos fueron adoctrinados con las ideas neoliberales de Hayek y Friedman, y no les importó ponerse al servicio de un tirano asesino con tal de aplicar su concepción del mundo. Las ideas tenían que imponerse sí o sí; no cabía alternativa. Primero, el modelo económico de único y absoluto libre mercado, y luego el resto. Bien ha hecho Javier Díaz-Albertini en su reciente artículo al recordarnos unas palabras de Hayek que sintetizan la preferencia fundamentalista del mercado que tienen algunos liberales tecnocráticos sobre la democracia, los derechos humanos y el medio ambiente: “Mi preferencia personal, afirma Hayek, se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático, donde todo el liberalismo está ausente”.
A pesar de todo, cuando se instaló la democracia, Chile creció, ensanchó su clase media y disminuyó la pobreza. Es cierto. En dicho crecimiento, gran responsabilidad tuvieron los gobiernos de centroizquierda y no la derecha actual en el poder. Pero por lo visto estos días, Chile creció mal, porque la riqueza se concentró en algunos cuantos; un hecho innegable que muchos no han querido reconocer.
En el 2012, en la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) realizada en Santiago a la que asistí como director de El Comercio, escuché a Michelle Bachelet decir que el gran desafío que tendrá la humanidad en el futuro será alcanzar la igualdad. Quizá intuyó lo que se germinaba en su país. Ahora, luego del levantamiento popular en Chile, la teoría y práctica del absoluto libre mercado presentado como ejemplo a seguir es generador de desigualdad, concentración de la riqueza en unos cuantos, exclusión y marginación social. Se ha formado una pequeña sociedad plutocrática que, como toda plutocracia, vive alejada y de espaldas a los sufrimientos de los pobres y de los angustiados de la clase media chilena que se halla a punto de perder un estatus logrado con esfuerzo y trabajo.
Lo ocurrido en Chile y Ecuador, así como en Francia, España y Grecia –por hablar de los casos más visibles– es la secuela de un fenómeno económico que ha producido grandes brechas sociales y políticas. No es, pues, un hecho focalizado en uno u otro país; es una tendencia mundial. Si no pregúntenles a los pobres de Inglaterra, a los de Estados Unidos e, inclusive, a los marginados de Alemania y Japón.
Es una realidad que el 1% más rico del mundo posee la mitad de la riqueza, y que las 100 personas más ricas tienen en conjunto más que los 4.000 millones de personas más pobres. Estudiosos como Harari, Stiglitz, Milanovic y Piketty vienen advirtiendo sobre esta inequidad, pero como pasó con los profetas de la Biblia, muchos de los que tienen el poder para corregir no les creen hasta que llega el Apocalipsis. A pesar del crecimiento económico, ha quedado demostrado en los hechos que se ha producido un desequilibrio en el reparto de la riqueza y en la distribución del poder. El mal no es pasajero, sino consustancial al sistema económico de mercado y solo de mercado.
Se deben tomar medidas democráticas participativas urgentes y reconstruir el Estado social y de derecho, en donde la prioridad es el ser humano y no el mercado. La ciencia económica neoliberal debe poner las barbas en remojo.