La ampliación de la cuarentena y el toque de queda dos semanas más, si bien parecen adecuadas a la intención de detener la propagación del coronavirus, no lo son tanto si se examinan las consecuencias.
La pregunta es si se podrá detener su propagación con la prórroga de la cuarentena. Lamentablemente todo indica que no. El virus se ha esparcido demasiado, en muchos lugares, y no hay –ni habrá en dos semanas más– las suficientes pruebas ni la capacidad para realizarlas como para detectar los focos infecciosos, aislarlos y controlarlos. Es decir, al cabo de las cuatro semanas posiblemente se habrá enlentecido en algo su transmisión, pero no identificado ni aislado a sus difusores. Terminada la cuarentena volverá a incrementarse el contagio si se vuelve a lo anterior. Y prolongar la cuarentena más allá de ese lapso es prácticamente imposible.
Una de las razones por las que el virus se ha expandido es porque aquí no existe el rastreo de contactos que se ha aplicado en Corea, Singapur y otros países. Allí, apenas se empezaron a detectar los primeros casos se buscaron a todas las personas con las que se habían relacionado, se les hicieron las pruebas masivamente y los aislaron. Aquí no se pudo hacer.
Hace dos semanas aludí en esta columna, como ejemplo, al caso de los hermanos que llegaron a Lima de Europa, se alojaron en Carabayllo y fueron luego a Huánuco en bus, concluyendo que “solo a partir de esos dos hermanos podría haber decenas o centenares de contagiados”. En efecto, eso ha sucedido. Ellos estuvieron en una reunión familiar y ya se sabe que una madre y su hijo de 5 años se contagiaron (posiblemente otros también). Antes de tener síntomas, el niño fue a un centro de educación inicial en Comas donde estudian otros 42 niños. Cuando se descubrió el contagio, el Minsa les hizo la prueba solo a 14 que tenían algún malestar y, según otra madre que tiene su hijo con síntomas, diez días después no conocían todavía los resultados. El Minsa dice que no ha podido ubicar a varios padres. (El Comercio, 26.3.20). Esa es la situación real del Perú.
En las reuniones familiares en Lima y en el viaje a Huánuco en bus con decenas de personas es muy probable que los hermanos hayan contagiado a otros. Sin embargo, en las estadísticas, Huánuco aparece solo con los dos hermanos infectados.
En suma, el coronavirus ya se ha diseminado en muchos lugares del país y con los precarios recursos del sistema de salud peruano no es posible detenerlo. Para eso la cuarentena debería mantenerse estrictamente durante meses y las pruebas deberían realizarse masivamente, por miles y decenas de miles. Eso no es factible.
Por eso quizá lo más adecuado sea una solución intermedia, manteniendo todas las medidas de aislamiento social posibles que ya se están aplicando sin paralizar la economía. Por ejemplo, prohibir las aglomeraciones, partidos de fútbol, conciertos, etc. Mantener controlados los mercados y supermercados para que ingresen las personas por turnos sin agolparse. Que los trabajadores estatales no indispensables acudan por períodos –algunos lunes, miércoles y viernes, otros martes, jueves y sábado, por ejemplo– y trabajen el resto del tiempo desde sus casas, y que en las empresas privadas que puedan hagan lo mismo. U otras alternativas parecidas para evitar oficinas y medios de transporte congestionados.
Todo eso mientras se espera que se descubra y produzca la vacuna, cosa que con suerte ocurrirá dentro de algunos meses.
En suma, en las condiciones concretas del Perú, prolongar la cuarentena no detendrá al virus porque faltan las otras armas para frenarlo (rastreo de contactos, pruebas masivas, etc.).
Y no se trata, como erróneamente dicen algunos, de privilegiar la economía y las empresas sobre la salud. En el Perú, con dos tercios de población informal, no hay manera de que millones de personas, precisamente los de menores recursos, sobrevivan con el país paralizado. Las ayudas del Gobierno no van a llegar eficientemente a todos, ni siquiera a la mayoría de los que las necesitan. Ya se ha demostrado en estos días con el bono de 380 soles. Y muchas personas que estadísticamente se consideran no pobres, de clase media, dueños y trabajadores de pequeños negocios –sastrerías, zapaterías, gasfiteros, electricistas, peluqueros, etc.– se van a ver en situación ruinosa muy pronto.
Una estrategia no solo contempla objetivos, sino medios para lograrlos. Cuando se establecen objetivos inalcanzables, sin tener los recursos necesarios para conseguirlos, el fracaso es inevitable. Las metas deben ser compatibles con las herramientas disponibles.
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