La conmemoración del Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer es una buena oportunidad para evaluar cómo estamos en este asunto fundamental de la política de seguridad ciudadana, normalmente opacado por los fenómenos de delincuencia callejera o criminalidad organizada. Sin duda, la vulnerabilidad en el hogar y hacia la propia pareja es, quizá, la más perturbadora para la seguridad e integridad de la mitad de la población del país.
La mejor herramienta para evaluar este fenómeno es la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes), del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), que desde el 2000 cuenta con un módulo sobre violencia familiar. Al respecto, la encuesta del 2013 ofrece un panorama preocupante y desalentador.
Sin embargo, si comparamos sus resultados con los de años anteriores, emerge un cuadro de muy lenta, pero sostenida mejoría. Así, mientras que en el 2009 el 79% de mujeres entre 15 y 49 años sostuvieron haber sido víctimas de alguna forma de violencia por su pareja alguna vez en su vida, el año pasado esa cifra se había reducido al 71,5%. Las tres formas de violencia –psicológica, física y sexual– cayeron.
El indicador más relevante es el de la violencia física y sexual durante el último año. Ahí también ha habido una mejora muy importante, aunque claramente insuficiente. Mientras que en el 2007-2008, el 14,9% de mujeres fueron víctimas, en el 2013 la cifra se redujo al 12,1%, todavía elevadísima.
Las más vulnerables son las jóvenes. Curiosamente, la mujer no educada es la menos vulnerada, junto con la más educada, probablemente por razones diferentes. La menos educada es la más sometida y, por tanto, la menos amenazante para el varón; la más educada, la menos dispuesta a entablar relaciones de sujeción. Algo similar ocurre con las mujeres más pobres y las menos pobres. Probablemente por eso esta violencia es ligeramente mayor en las zonas urbanas que en las rurales.
Los daños visibles de la violencia física y sexual son graves. El 70% de las víctimas quedan adoloridas y con moretones; un 14% con heridas, lesiones, huesos o dientes rotos y quemaduras; y otro 14% con necesidad de ver un médico. Sin embargo, solo la cuarta parte recurre a una institución buscando ayuda; hace cuatro años, el 16% lo hacía. Una tercera parte no solicita el apoyo de nadie y el resto acude a un familiar. El 70% de las mujeres que van a una institución lo hacen a una comisaría.
Contra lo que con frecuencia se cree, el alcohol no es la principal causa de esta violencia. Menos de una quinta parte de las mujeres fueron violentadas cuando su pareja estaba bajo los efectos del alcohol. La causa es, más bien, el machismo, esa forma de entender la relación del hombre con la mujer por la cual él dispone de la vida de ella. El machismo y la violencia que lo acompaña están, sin duda, en retroceso, pero necesitamos hacer muchísimo más para desaparecerlos del mapa.