El 28 de octubre de 1746, hace 275 años, ocurrió el peor terremoto en la historia de Lima y el más fuerte en la zona central del país del que se tenga registro (no existen datos antes del año 1500). Su intensidad se estima en 8,8 Mw (magnitud de momento), duró alrededor de cuatro minutos y se sintió hasta la confluencia de los ríos Marañón y Huallaga, Tacna, Cusco y Guayaquil (en Ecuador). Media hora después del sacudón, un tsunami inundó el Callao con olas de varios metros de altura y con el agua reptando rápidamente a más de cinco kilómetros de la costa. En Lima, murieron alrededor de 6.000 personas de un total de 60.000 habitantes. En el puerto, la situación fue dantesca: de 4.000 pobladores, murieron 3.800. Apenas 200 personas libraron la muerte.
Aquel podría parecer un tapiz de una época bastante lejana y casi –se diría– ajena a nosotros. Sin embargo, las condiciones telúricas que causaron el evento continúan latiendo bajo nuestros pies. Como sabemos, frente a nuestra costa se extiende la zona de contacto entre la placa de Nazca y la Sudamericana, con la primera introduciéndose constantemente debajo de la segunda. A lo largo de esta franja, los científicos han detectado al menos tres puntos en los que se acumulan importantes cantidades de energía sísmica que, tarde o temprano, desatarán terremotos de magnitudes devastadoras. El más importante de estos se ubica frente a Lima y el Callao; el lugar en el que se concentra un tercio de toda la población del Perú. Y, según los expertos, de liberarse toda la energía sísmica acumulada desde 1746, podría desencadenarse un movimiento de entre 8,5 y 8,8 Mw.
¿Puede alcanzar a imaginar, estimado lector, lo que esto significaría? En El Comercio, gracias al apoyo de la asociación Hombro a Hombro y a los estudios realizados por el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) y el Instituto Geofísico el Perú (IGP), trataremos de bosquejar una respuesta. Esta tarde, poco antes de las 5:00 p.m., simularemos en nuestro sitio web cómo sería una cobertura, minuto a minuto, de un terremoto de magnitud 8,8 en la capital. Y el sábado, publicaremos un suplemento extraordinario que mostrará cómo se vería nuestra versión impresa el día después del siniestro. Es la edición que nunca queremos publicar, pero que, como advierten los especialistas, no podemos descartar. En las próximas semanas, además, iremos publicando material utilitario y educativo con miras a promover una cultura de preparación ante sismos.
Solo para hacernos una idea de la envergadura del desastre, según estimaciones del Indeci, alrededor de 110.000 personas morirían y otros dos millones resultarían heridas si un sismo de magnitud 8,8 sacudiera la capital. Es como si todos los peruanos que fallecieron en el 2020 por el COVID-19 sucumbiesen en cuestión de minutos. Aproximadamente, 353 mil viviendas en Lima y el Callao podrían quedar destruidas; y 623 mil, inhabitables. Eso solo para hablar del movimiento sísmico.
El tsunami que ocasionaría inundaría zonas en las que se levantan unas 74 mil viviendas, principalmente en el Callao y en distritos como Ventanilla, Chorrillos, Villa El Salvador y otros ubicados más al sur (como Lurín o Punta Hermosa). Se desatarían, asimismo, efectos de licuación de suelos, derrumbamientos, incendios, explosiones, y cortes de agua y de vías de comunicación. Sería, por decirlo de algún modo, una cadena macabra en la que las desgracias se sucederían una después de otra.
La pregunta que corresponde hacernos es si estamos preparados para una devastación de tales proporciones. Pensemos solamente en que el único recaudo que hemos tomado al respecto en los últimos años es el de organizar, cada tanto, simulacros que, en honor a la verdad, muy pocos parecen tomarse en serio. Aunque no podemos evitar la ocurrencia de un gran terremoto frente a nuestras costas, sí podemos evitar que este termine por cobrarse aún más vidas de las que se llevará.
¿Sabremos qué hacer cuando finalmente el sismo que los expertos temen llame a nuestra puerta? Mejor preguntárnoslo ahora antes de que solo podamos lamentarlo.