Ayer en la mañana el presidente Pedro Castillo decidió romper su mutismo de más de tres meses frente a la prensa con una sorpresiva aparición en la señal estatal de TV Perú. Desde este Diario hemos insistido (y seguiremos insistiendo) en la importancia de que el jefe del Estado responda al país por las acciones y omisiones del gobierno que él dirige, más aún cuando este se halla contra las cuerdas por las serias acusaciones de corrupción que lo rodean. Sin embargo, la entrevista (si puede considerarse tal a un ejercicio que fue de todo menos inquisitivo) dejó más preguntas que respuestas.
Lo primero por notar fue la elección del tiempo y lugar para conceder el diálogo. Este no se encontraba previsto en la agenda oficial, y se dio en un momento de la semana poco habitual para apariciones de esta naturaleza, como si el presidente hubiese preferido atravesar el trance sin llamar demasiado la atención. Esta impresión se refuerza por el medio elegido: el canal de Estado, donde el “fuego amigo” era previsible. El periodista a cargo de la entrevista, Julio César Navarro, tocó la mayoría de puntos de coyuntura relevantes durante la extensa conversación, pero con el debido cuidado de no presionar demasiado en ninguno. Vale destacar que Navarro, gerente de prensa del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP), se habría reunido el 31 de mayo con el ministro de Cultura, Alejandro Salas. A la salida de los estudios, el presidente Castillo, fiel a su costumbre, volvió a negarse a declarar a la prensa independiente que lo esperaba.
En asuntos de fondo, el presidente Castillo pareció tropezarse con sus propias palabras en más de una ocasión. Sobre las razones de su alejamiento de los medios, dijo que esta fue una “decisión personal” porque él conoció muy bien “el comportamiento de cierto sector de la prensa” durante su recorrido como candidato. Próximo a cumplir un año de mandato, el presidente aún no ha interiorizado que responder a la prensa es parte de su deber como representante de la nación, no un asunto de “decisión personal”, menos aún cuando el motivo expresado tiene tintes de revancha contra quienes –él percibe– fueron opositores a su candidatura.
Quizá más problemáticas aún fueron sus explicaciones sobre las acusaciones de corrupción en su entorno inmediato. “Jamás me va a salpicar a mí la corrupción”, dijo el presidente de forma algo despistada mientras intentaba limpiarse las manchas de organización criminal, colusión y tráfico de influencias que investiga el Ministerio Público. Al respecto, dijo que está “totalmente dispuesto a colaborar con la fiscalía”, algo que contrasta notablemente con la serie de recursos legales que ha interpuesto, por medio de su abogado, para evitar –precisamente– que la investigación avance.
Confrontado con las evidencias en contra de su ex secretario general de Palacio de Gobierno Bruno Pacheco, la fuga de su exministro de Transportes y Comunicaciones Juan Silva, las declaraciones incriminatorias de Karelim López, entre otros escándalos, se limitó a mencionar que eran asuntos en investigación sobre los que él no tenía conocimiento. “Estamos en este momento en esta entrevista, y yo no sé si en este momento mi propio premier o el ministro de Cultura, o algún otro ministro… yo no sé qué cosa pueden estar queriendo asumir o pensando hacer”, dijo ayer, en una constatación de lo que todo el país ya sospechaba: la poca importancia que le otorga al proceso de selección de ministros. De hecho, según sus propias palabras, las acusaciones en contra de sus ministros no son materia relevante de discusión dentro del Consejo de Ministros.
La ‘entrevista’, en resumen, fue una oportunidad perdida para transmitir liderazgo y enfrentar con solvencia las acusaciones que cada día cercan más a su gobierno. Vista con frialdad, no dejan de ser tristemente obvios los verdaderos motivos por los cuales al presidente no le gustan las cámaras independientes.