De acuerdo con la Unidad de Periodismo de Datos de este Diario, los votos recibidos por Pedro Castillo en el balotaje solo corresponden al 34,94% de los electores hábiles. Si se llegase a proclamar al candidato del lápiz como jefe del Estado, tendría el nivel más bajo de representación de los últimos 30 años.
Si a ello se le suman los riesgos que algunas de sus propuestas suponen para el Estado de derecho y para la economía, y la inevitable preocupación que ello genera en buena parte del país, el aspirante a la presidencia por Perú Libre tendría que reconocer que, de llegar al puesto, su liderazgo será frágil y que la tarea de gobernar le será compleja. No está en una posición que le vaya a permitir hacer y deshacer a sus anchas: está obligado a atenuar su radicalismo y a, sobre todo, actuar con la humildad democrática de quien sabe que su poder no ha emanado de un tsunami de fragor popular, sino de un tumbito que apenas se pudo diferenciar del adversario en la segunda vuelta.
El consenso y la ponderación, entonces, son ingredientes que una eventual administración encabezada por el exlíder sindical no puede pasar por alto. Por algo, como mostró la última encuesta de El Comercio-Ipsos, 54% de los ciudadanos asegura que prefiere que el Gabinete del próximo presidente sea multipartidario. Solo 16% opinó que debía estar ocupado por miembros del partido ganador.
En esa línea, algunas cosas concretas tendrían que cambiar y una de ellas tiene nombre y apellido: Vladimir Cerrón. La referida encuesta también muestra que 90% cree que el exgobernador de Junín no debería tener ninguna participación en un eventual gobierno de Castillo, pero a pesar del enfático y justificado rechazo que genera el fundador de Perú Libre, la reacción del candidato presidencial ha sido pobre. Si bien ha dicho que no se vería a Cerrón ni de portero, es evidente que aún cumple un papel importante en la interna de la agrupación y que el deslinde simplemente no se ha concretado. Ello a pesar de que, hace poco, se ha revelado la existencia de graves casos de corrupción en el Gobierno Regional de Junín en los que estaría envuelto el ideólogo del partido.
Asimismo, el señor Castillo tendría que empezar a ser más consistente con lo que dice, toda vez que es propenso a las contradicciones y a condicionar su discurso al auditorio que tiene frente a sí. Por un lado, por ejemplo, asegura que respetará la Constitución, pero a la vez insiste con impulsar una asamblea constituyente (divorciada de nuestro marco normativo) para cambiarla. De la misma manera, mientras pretende reemplazar esta Carta Magna, anuncia que busca la permanencia de Julio Velarde en el BCR, cuya función y trabajo están ligados a la actual norma fundamental. Una serie de vacilaciones que mantienen al país en vilo (y al dólar por los cielos) y que son incompatibles con el acto de gobernar.
La supuesta anuencia “del pueblo” que siempre asegura poseer Pedro Castillo está lejos de tener la magnitud que cree –o quiere hacer creer– que tiene. Si llega a gobernar el Perú, debe entender que la polarización y las resistencias a su propuesta radical son reales y no podrá patearlas debajo de la alfombra. El sentido común debe primar y no el ánimo por poner a prueba la determinación y fortaleza de los adversarios. De nada le serviría al país, por ejemplo, ensayar un proyecto chavista cuando nadie lo está buscando y cuando solo una minoría quiere que se implementen medidas extremas, como cambiar totalmente la Constitución.
Así, la humildad de reconocer la precariedad de la posición que podría asumir el candidato de Perú Libre será vital para una eventual gestión suya. Los peruanos buscan la tranquilidad, no ser parte de un experimento.