A estas alturas queda más que claro que las crisis no golpean a todos por igual. Y mucho menos una de esta naturaleza. Hay, por ejemplo, quienes pueden seguir trabajando desde casa, mientras que otros han perdido su empleo o se ven en la necesidad de realizar labores que los exponen al contagio.
Dentro del hogar, el impacto de la pandemia tampoco es homogéneo. Desde más de una perspectiva, son las mujeres las que se estarían llevando la peor parte de esta situación –sin duda difícil para todos–. En primer lugar, sus condiciones laborales son las que más rápido se han deteriorado. De acuerdo con el INEI, en el ámbito nacional, el número de mujeres ocupadas en el trimestre abril-mayo-junio pasó de 7,6 millones en el 2019 a 4,2 millones en el 2020. Eso equivale a una reducción de 45,3%, o 3,4 millones de puestos de trabajo menos. En el caso de los hombres, la reducción fue de 34,9%; más de 10 puntos porcentuales de diferencia. En parte ello respondería a que muchos de los empleos en los que hay amplia presencia femenina, como comercio o servicios, han sido a la vez los más afectados. Al mismo tiempo, algunas de las principales respuestas de ayuda económica del Gobierno pueden haber tenido menos efectividad entre mujeres, que en promedio tienen una tasa de informalidad laboral más alta y menos acceso a instrumentos financieros.
Para las mujeres que sí se mantienen en un empleo remunerado y que pueden trabajar desde casa, la desigual distribución de labores del hogar demanda un doble sacrificio. La inmovilidad social, y sobre todo el cierre de colegios, supone para muchas un incremento de las responsabilidades domésticas y familiares. Y, al mismo tiempo, deben realizarlas mientras cumplen su carga laboral regular. Otras varias mujeres batallan con un balance imposible entre el cuidado de hijos menores dentro del hogar y la necesidad de salir a trabajar.
El aislamiento social –obligatorio aún para un tercio de los habitantes del país– también puede tener consecuencias mucho más peligrosas. En situaciones de violencia doméstica, el confinamiento reduce las posibilidades de buscar ayuda o escapar del agresor o potencial agresor. Así, la Línea 100 por violencia contra la mujer ha atendido a 131.317 personas entre enero y julio de este año. Ese número es significativamente mayor al registrado durante todo el año pasado (119.786). Muchas de las llamadas son realizadas por niños y adolescentes.
Adoptar una perspectiva de género se hace urgente para encarar la situación actual y reducir su impacto sobre las poblaciones más vulnerables. Los mecanismos son diversos: énfasis comunicacional en una distribución adecuada de las labores domésticas; estrategias de penetración financiera que tomen en cuenta las brechas de género; fortalecimiento de los refugios temporales y soluciones eficaces para los miembros del hogar víctimas de violencia doméstica, sobre todo en contextos de cuarentena; flexibilidad laboral que haga compatible la vida familiar con la carga de trabajo, entre varios otros.
La actual crisis ha agravado las brechas de género en distintos aspectos. Pero, al igual que con otros grandes problemas sociales, la pandemia se puede erigir como una potencial oportunidad de cambio real en el mediano plazo. Al visibilizar las desigualdades e impactos diferenciados de la crisis, el eventual retorno a la normalidad puede ser construido en los siguientes meses y años sobre una base más equitativa. No solo las mujeres, sino la sociedad entera, saldrían enormemente fortalecidas con un esfuerzo de tal naturaleza.