El debut de Perú Libre (PL) en la escena política nacional ha sido, por usar un solo término, caótico. Desde el Ejecutivo, el nombramiento inicial de Guido Bellido al frente de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) y de otros personajes controversiales a la cabeza de varios ministerios marcó una ruta de confrontación y desavenencias en el interior del propio Gabinete. A la rápida salida de Héctor Béjar del Ministerio de Relaciones Exteriores le siguieron abiertas discrepancias entre titulares de pliego y errores reiterados del equipo ministerial que resultaron, finalmente, en la caída del propio Bellido.
Pero el desconcierto que reina en el partido oficialista no se limita al Gabinete. A poco más de dos meses de iniciado el período congresal, las grietas entre los mismos legisladores de Perú Libre –entre ellos y con el Ejecutivo– se ven ya demasiado grandes para ser ignoradas con facilidad. Si bien desde el inicio se sabía que existían diferentes perspectivas dentro de la bancada del lápiz –y las conversaciones filtradas hace unos días así lo confirmaban–, no ha sido sino hasta la salida de Bellido de la PCM que el cisma oficialista se empieza a percibir cercano.
Para la facción más radical y vinculada a Vladimir Cerrón, el nombramiento de Mirtha Vásquez al frente de la PCM es nada menos que una traición a los ideales del partido. Luego de reunirse con el presidente Pedro Castillo la noche del cambio de ministros, Waldemar Cerrón, hermano de Vladimir y vocero del grupo parlamentario oficialista, señaló que “la bancada de Perú Libre no respalda a este Gabinete” porque considera que “es una traición a todas las mayorías que han esperado durante muchos años llegar al poder para que sean atendidas”.
En esa misma línea, su colega Kelly Portalatino indicó que su bancada acordó “respaldar a Pedro Castillo, pero no al Gabinete de Mirtha Vásquez” y que el “Gabinete que representa la señora Mirtha Vásquez no es el sentimiento de la mayoría a quienes nosotros representamos”. Además, la legisladora calificó como “lamentable” que la primera ministra afirmara hace unos días que la asamblea constituyente no es una prioridad en estos momentos.
Declaraciones de este tipo revelan, por un lado, que a una facción del oficialismo le importa más empujar su agenda particular y nociva antes que el bienestar del país o siquiera brindarle un mínimo sostén al Ejecutivo; y, por el otro, suelen ser el preludio de escisiones políticas profundas, más aún si se concreta el rompimiento de determinadas bases del sur andino de Perú Libre con el Gobierno. Así, parece que el apoyo del ala radical del oficialismo a la administración de Castillo está condicionado a la adhesión de este último a los postulados maximalistas del ideario firmado por Cerrón. Y que cualquier distanciamiento de este es literalmente una “traición”.
El momento clave será el voto de confianza que deberá buscar Vásquez en el Congreso a inicios de noviembre. El presidente Castillo contaría todavía con el apoyo de aproximadamente 13 parlamentarios de Perú Libre, aunque varios de estos –vinculados al magisterio– sienten que el Gobierno aún tiene una deuda con ellos debido a que no ha puesto al frente del Ministerio de Educación a un docente. El problema central para Castillo, no obstante, está en conservar el apoyo del ala partidaria más cercana a Cerrón –que es también la mayoritaria en Perú Libre–, mientras al mismo tiempo reduce sus espacios de influencia dentro del Gabinete.
Esta facción radicalizada de un partido de por sí radical se convertirá, por esta ruta, en una fuente permanente de inestabilidad tanto para el Ejecutivo como para el Legislativo. Su propuesta política central, la convocatoria a una asamblea constituyente, azuzada ahora también por Guido Bellido desde su escaño, deberá ser contenida por las fuerzas democráticas más moderadas. Dentro de poco, el Gobierno podría desprenderse de una carga política pesada y extremista que ciertamente suma en votos congresales, pero resta en varias otras dimensiones de gobernabilidad.