A propósito del fallecimiento del cabecilla senderista Abimael Guzmán, ayer escribíamos en estas páginas que no hay medias tintas cuando se trata de condenar el terrorismo. El Gobierno, como representante del Estado, tiene la obligación de demostrar el rechazo más contundente ante los grupos criminales que cobraron decenas de miles de víctimas en su demencial lucha por capturar el poder. En este gobierno en particular, dadas las serias acusaciones de infiltración de simpatizantes terroristas en las esferas más altas del Ejecutivo, existía singular expectativa respecto de los pronunciamientos que se darían ante la muerte del mayor genocida que ha conocido nuestro país. Era una buena oportunidad para desmarcar, por lo menos de palabra, del terrorismo senderista.
Puestos en esta situación, lo cierto es que a diversos representantes del Ejecutivo les costó demasiado esfuerzo expresar una condena enérgica a Guzmán y a todo lo que él representó. Aparte del ministro de Salud, Hernando Cevallos, quien dijo que le parecía “lamentable el fallecimiento de cualquier persona”, el ministro de Transportes y Comunicaciones, Juan Francisco Silva, evitó ayer responder a una periodista respecto de la muerte del cabecilla terrorista. Aunque sí se había pronunciado, vía redes sociales, responsabilizando a Sendero Luminoso de infligir daño y muerte en el país, pero a la vez condenó el terrorismo “venga de donde venga”. Otros ministros de Estado han guardado preocupante silencio.
En similar tenor al de Silva, el presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, indicó que “de manera institucional” el Ejecutivo condena los actos de terrorismo “vengan de donde vengan”, para a continuación mencionar entre las víctimas de la violencia terrorista a las “mujeres esterilizadas”. Es tan obvio como alarmante que el fraseo elegido por Bellido apunte a matizar la responsabilidad de Sendero Luminoso durante la época de terrorismo, aludiendo primero que no fueron ellos los únicos involucrados en prácticas terroristas, y luego desviando flagrantemente la atención hacia las “mujeres esterilizadas”, un caso vinculado al gobierno de Alberto Fujimori que no guarda relación alguna con la materia en cuestión. Por lo demás, ¿debería el país entender que Bellido condena el terrorismo solo de manera “institucional”?
Finalmente, la posición del presidente Pedro Castillo tampoco deja de llamar la atención. El mismo día del fallecimiento de Guzmán, publicó en redes sociales que su posición era de condena “firme e indeclinable” al terrorismo. Luego, durante un discurso en Tacabamba, Cajamarca, en referencia a la muerte de Guzmán y a las acusaciones de vínculos terroristas en su gobierno, dijo: “Tampoco podemos permitir que cuando un hombre de la chacra sale a reclamar sus derechos, cuando un campesino sale a reclamar un transporte a la chacra, cuando un maestro sale a reclamar porque sus escuelas están cayéndose, no podemos permitir que lo estigmaticen”. Mezclar demandas ciudadanas legítimas con acusaciones de terrorismo difícilmente es el comentario más oportuno a menos de 24 horas del fallecimiento de Abimael Guzmán, peor aún viniendo del jefe del Estado.
Por lo demás, cualquier declaración del presidente Castillo en este sentido cae en saco roto mientras mantenga un Gabinete con amplia porosidad a elementos de simpatía terrorista. De poco valen las palabras cuando en los hechos Sendero Luminoso nunca ha estado tan cerca de Palacio de Gobierno como hoy, y eso es entera responsabilidad del mandatario.
El país quiere ver este terrible capítulo de su historia cerrado, pero con memoria y justicia. Las demostraciones ciudadanas de ayer en contra el terrorismo y en homenaje a sus víctimas son una muestra más de que el espíritu de la nación está con la paz y en firme oposición a cualquier ideología violenta y totalitaria. El Gobierno podría tomar mejor nota de ello.