El presidente Pedro Castillo, probablemente, no tuvo demasiados problemas para conciliar el sueño anoche. Hoy, cuando él o su abogado se presenten en el Congreso de la República para dar cuenta de las graves acusaciones que penden sobre el mandatario, lo harán con la seguridad de que la oposición no llegará a los 87 votos necesarios para aprobar la vacancia por incapacidad moral.
Esta sensación de fortaleza, sin embargo, debe manejarse con límites. En primer lugar, es importante para el país y para la gobernabilidad que sea el propio mandatario quien acuda a responder en persona al hemiciclo. Al hacerse representar por su abogado, por el contrario, el presidente enviaría un mensaje de debilidad política que tan solo mellaría más la pobre imagen que se ha construido. El presidente Castillo no ha demostrado a la fecha grandes cualidades de liderazgo; esta sería una buena ocasión para empezar a intentarlo.
En segundo lugar, las votaciones del pleno del Congreso, aun cuando parezcan garantizadas, pueden ser impredecibles, sobre todo cuando se trata de asuntos tan serios. En la memoria reciente, por ejemplo, están la denegatoria de confianza al Gabinete liderado por Pedro Cateriano en agosto del 2020 y la vacancia del entonces presidente Martín Vizcarra en noviembre del mismo año. Ambas votaciones se iniciaron con perspectivas optimistas para las autoridades cuestionadas, pero sus discursos frente al Legislativo terminaron de inclinar la balanza en su contra. Hay muchos motivos por los que la coyuntura de hoy es diferente a aquellas dos ocasiones, pero que en política peruana no hay nada garantizado sí parece ser una ley inamovible.
En tercer lugar, y precisamente para evitar precipitar un escenario de colapso de su gobierno, el presidente debería intentar –por primera vez– responder a las cuestiones de fondo. Las visitas a Sarratea, las gestiones de su opaco secretario general de Palacio de Gobierno, Bruno Pacheco, los vínculos con la lobbista Karelim López, los controversiales nombramientos en ministerios claves, las tramas de Petro-Perú y de los ascensos militares que lo salpican, entre varios otros asuntos, deben ser encarados de forma directa y transparente. El presidente aquí no solo le estaría respondiendo al Congreso, sino sobre todo a una ciudadanía que observa anonadada el rápido deterioro institucional del Perú. El presidente debe traer respuestas (y, esperemos esta vez, un discurso propio), no excusas.
Sin embargo, la trayectoria del jefe del Estado hace presagiar que este optará por su conocida ruta del populismo divisivo. Durante meses, el presidente viene culpando a la prensa, a los empresarios, a la oposición política y a cualquiera que se preste para el papel, de sus propios errores y excesos. “No debemos sentirnos menos que los que viven en San Isidro, Miraflores, en zonas pitucas del país”, dijo la semana pasada desde Puno, polarizando más a un país profundamente dividido y quizá dando un adelanto de lo que se puede esperar para hoy. La verdad es que su estrategia de victimización está ya tan gastada como su antiguo sombrero, y merece el mismo destino.
Pero el presidente no será el único sobre quien caerán los reflectores hoy. Luego de su presentación, el Congreso deberá demostrar que está a la altura del encargo y que ejerce sus funciones sin ánimos de revancha, sin blindajes y sin componendas. Este Diario reveló ayer, por ejemplo, que serían seis los congresistas de Acción Popular que formarían parte de ‘Los Niños’, un grupo que presuntamente canjeaba apoyo político al Gobierno por prebendas ministeriales. La manera en que se comporten las bancadas será un claro indicador de su compromiso con la democracia y la institucionalidad. Es en estas circunstancias cuando realmente se conoce a los líderes.
En suma, bajo el supuesto de buena fe, el presidente tiene posiblemente una última oportunidad para explicar al país todos los entuertos que arrastra en apenas ocho meses de gobierno, antes de que cualquier posible error encubierto termine por infectarse y sea ya demasiado tarde para resarcirlo. Y el Congreso, por su lado, debe reaccionar con sentido de responsabilidad y valentía frente a la alocución del mandatario. Tal supuesto, sin embargo, puede estar pecando hoy de excesivo. Quizá el presidente no duerme tan tranquilo después de todo.