Ayer, la Organización Mundial de la Salud (OMS) levantó la emergencia sanitaria por el COVID-19 que decretó el 30 de enero del 2020. La sola fecha parece remitirnos a un tiempo lejano y, en cierta medida, lo es, pues en los 1.192 días que han pasado desde entonces el mundo cambió por completo, aunque para algunos más que para otros. Por supuesto, esto no significa de ninguna manera que el virus haya dejado de existir.
Los datos nos dicen hoy que 765 millones de personas en todo el globo fueron alcanzadas por el virus y que, de estas, 6,9 millones perdieron la vida. En lo que respecta a nuestro país, según cifras del Ministerio de Salud, hubo más de 4,5 millones de contagiados y 220.196 fallecidos. Los datos, sin embargo, están subestimados, por lo que el número real es, sin duda, bastante mayor y, además, este no condensa todo el sufrimiento, la desesperación y la incertidumbre que la pandemia detonó sobre millones de peruanos que vivieron con el miedo de poder contagiar a sus familiares más vulnerables sin saberlo, que tuvieron que madrugar para hacer cola por un balón de oxígeno o que vieron morir a alguien cercano cuyo cuerpo no aguantó hasta que alguna cama UCI se liberara.
Mal haríamos por ello en olvidar las lecciones que nos dejó esta pandemia. He aquí unas cuantas que consideramos insoslayables.
En primer lugar, hay que escuchar a la ciencia. Y esta, desde hace algunos años, venía advirtiéndonos sobre los peligros de que una zoonosis –es decir, un virus que puede saltar desde los animales hacia los humanos– desatara una pandemia que, dada la interconectividad del mundo hoy, podía tener un alcance nunca visto en la historia. Por lo mismo, no podemos dar por hecho que el coronavirus ha sido el único patógeno con potencial de enclaustrarnos a todos. La vigilancia y la prevención, en ese sentido, deben ser repotenciados.
En segundo lugar, es imprescindible reforzar nuestro sistema de salud público. Con hospitales que se caen a pedazos, otros que nunca terminan de construirse por culpa de la corrupción, y muchos más desabastecidos de medicinas, personal y equipamiento médico es simplemente imposible gestionar una emergencia de esta naturaleza. Cualquier gobierno que tome las riendas del país de ahora en adelante debe poner la salud como una de sus prioridades. Más allá del COVID-19, ningún peruano debería morir por enfermedades que son fácilmente curables en otros países.
En tercer lugar, las vacunas funcionan y la desinformación puede ser tan letal como el virus. En un mundo de movimientos antivacunas ruidosos y de torrentes de ‘fake news’ que nos llegan hasta nuestros celulares buscar fuentes de información confiables es una responsabilidad que, en contextos extremos como los que vivimos, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Cabe anotar, asimismo, la responsabilidad de quienes dirigieron el país en la etapa más dura de la pandemia y que tomaron varias decisiones equivocadas que nunca reconocieron, como el expresidente Martín Vizcarra –que además tuvo el descaro de vacunarse clandestinamente– y su ministro de Salud, Víctor Zamora.
También es importante recordar otras lecciones que, aunque no están relacionadas directamente con la salud, quedaron igualmente marcadas por la pandemia. Entre ellas, que la educación remota no puede reemplazar a la presencial y que nuestros niños y adolescentes –a los que mantuvimos encerrados mucho más allá de lo razonable– no pueden volver a pagar por la desidia de sus autoridades. Tampoco podemos olvidar que la informalidad laboral cuesta carísimo, que los bonos y los fondos de los que dispone el Estado en algún momento se terminan y que, de hecho, si pudimos contar con reservas para hacer frente al virus, ello se debió al esfuerzo de las décadas previas en las que el Perú pudo crecer (y ahorrar) de manera sostenida. Los cimientos que permitieron esto, sin embargo, hoy se ven amenazados desde distintos frentes.
La lista es aun más numerosa y con total seguridad cada persona podría añadirle sus propias consideraciones. Lo importante es no olvidar que si el virus nos golpeó con la crudeza con la que lo hizo fue por una serie de errores que no podemos repetir. Se lo debemos a quienes pagaron con su vida por ellos.