La encuesta nacional de El Comercio-Ipsos publicada ayer en estas páginas trajo novedades inquietantes para el actual Gobierno y, en particular, para el presidente Francisco Sagasti: en solo un mes, su aprobación ha caído 10 puntos porcentuales (de 44 a 34%) y ha sido significativamente superada por su desaprobación (47%). Si bien tales cifras no son ni de lejos las peores que se le han conocido a un mandatario en ejercicio, lo que hay que considerar en este caso es que el gobierno de transición que él encabeza se inició hace solo dos meses y que, por peculiares que hayan sido las circunstancias en que llegó al poder, era de esperar que gozara de una “luna de miel” breve… pero no tanto.
En realidad, el contraste con el disgusto generalizado que provocó en la ciudadanía la efímera administración de Manuel Merino parecía garantizarle al nuevo jefe del Estado cuando menos un período de tregua. Se sucedieron, sin embargo, varios eventos que conspiraron contra ello. Nos referimos, concretamente, al errático manejo de los relevos en los mandos de la policía nacional, a las prolongadas tomas de carreteras asociadas a las protestas de los trabajadores del sector agroexportador y a la revelación de que las vacunas ofrecidas por el Ejecutivo meses atrás eran un engaño.
Es cierto que el último de esos desaguisados era atribuible a la gestión de Martín Vizcarra y no a la actual, pero la continuidad que marcaba –y marca– la presencia de la señora Pilar Mazzetti en la cartera de Salud ha ocasionado que, por contagio, ese problema erosione también al gobierno de transición.
Si por último añadimos a este cuadro la sensación de desorientación que provocó el caótico mensaje de la semana pasada a propósito de las nuevas medidas restrictivas para tratar de contener la segunda ola de la pandemia, el resultado que conocimos ayer no puede resultar extraño. Tras la seguidilla de acontecimientos ingratos que, en materia económica, política y de salud, supuso para todos el 2020, los peruanos vivimos la paradoja de estar llenos de esperanzas… atadas a una escasa paciencia.
Eso es lo que explica, quizás, que ni siquiera la buena noticia de que, al menos, un primer cargamento de vacunas esté por llegar al país (y de que, en general, ya se vislumbre un panorama remoto pero cierto al respecto) haya sido suficiente para elevar los bonos del presidente Sagasti.
La historia política reciente enseña que, conforme se acercan al final de su mandato, los jefes de Estado suelen beneficiarse de una creciente disposición indulgente de parte de la ciudadanía en las encuestas. Más preocupada por lo que los nuevos postulantes al sillón de Pizarro ofrecen que por lo que el gobernante todavía en ejercicio está dejando atrás, esta tiende a devolverle a aquel algo del respaldo que tuvo en sus mejores momentos. El repunte de la popularidad de Alejandro Toledo en la etapa postrera de su administración constituye el ejemplo más claro de ese fenómeno, pero no el único.
No parece, no obstante, que ese vaya a ser el caso en esta ocasión. La pandemia ha determinado que el presente pese en estos días más que las nebulosas perspectivas que los candidatos trazan delante de nuestros ojos para el futuro cercano o lejano. Se equivocaría, en consecuencia, el presidente Sagasti si pensara que los nubarrones que anuncian las encuestas se van a disipar espontáneamente.
Nadie espera de un gobierno producto de los avatares de la política y llamado a durar solo seis meses más ni grandes reformas ni programas de largo aliento. Pero sí la cabal ejecución de las labores de liderazgo que le tocan cotidianamente; particularmente, en los terrenos de la salud, la economía y –nos atrevemos a agregar– la seguridad.
Si el actual mandatario y su Gabinete concentran, como han ofrecido, sus esfuerzos en atender los retos que la hora presente plantea en esos terrenos, el efecto, estamos seguros, no tardará en verse reflejado en los próximos sondeos.