Desde que comenzó la campaña por la segunda vuelta, el partido Perú Libre, menos conocido que la agrupación con la que disputa el balotaje, ha sido materia de la minuciosa vigilancia de la opinión pública. Lamentablemente, ha bastado una mirada al grupo político que quiere llevar a Palacio a Pedro Castillo para encender las alarmas, tanto por el radicalismo de sus afiliados –expresado en propuestas antidemocráticas y antitécnicas– como por la vinculación de muchos de ellos con organizaciones nefastas, como el Movadef. Todo ello sin mencionar que el mismísimo fundador del movimiento carga sobre sí una sentencia por corrupto.
No podemos negar, sin embargo, que el señor Castillo ha hecho esfuerzos por deslindar de algunas de las personas más controversiales dentro del partido del lápiz, pero estos empeños han sido flojos en el mejor de los casos e imposibles de creer en el peor. De hecho, el candidato a la presidencia ensaya moderaciones intermitentes de su discurso según se lo demande la plaza ante la que se expresa. Así, no sorprende que, luego de repetidas ocasiones en las que el aspirante al sillón de Pizarro ha buscado emanciparse (aunque siempre contradiciéndose en el camino) de Vladimir Cerrón y sus correligionarios más cercanos (muchos virtuales congresistas), el hermano de este último, Waldemar, haya sido claro al decir: “El equipo técnico es de nuestro partido, no es de Pedro Castillo”.
La frase está muy lejos de lo que viene asegurando Castillo, quien ha pronunciado en más de una oportunidad variaciones de la frase “El candidato soy yo”. “[A Cerrón] no lo van a ver, ni siquiera, de portero en ninguna de las instituciones del Estado”, ha dicho. Pero el problema es que también se lo ve en la portada del plan de gobierno, en cada rincón de la página web del partido y es el líder indiscutible de buena parte de los parlamentarios electos por Perú Libre. Asimismo, un verdadero deslinde –cosa que no se ha dado– alienaría a Castillo de la agrupación política y (si llega al poder) de una bancada que le permita trabajar con el Legislativo. Eso lo sabe y, si se suma a la ecuación su evidente alineamiento ideológico con los pilares del partido, hace obvio que jamás habrá una verdadera línea en la arena.
Con eso en mente, la preocupación aumenta, porque nada bueno para el sistema democrático y la economía parece salir de las filas del lápiz.
Solo ayer, la Unidad de Investigación de este Diario dio a conocer una lista de 249 militantes de Perú Libre que también aparecen en el padrón de adeptos del Movadef, grupo fachada del grupo terrorista Sendero Luminoso. El mismo Pedro Castillo encabezó un gremio sindical tupido con afiliados y adherentes al brazo político de la organización parida por Abimael Guzmán. Además, futuros congresistas como Guillermo Bermejo y Alfredo Pariona aparecen como presuntos participantes en actos subversivos en expedientes de la Dirección contra el Terrorismo de la policía.
Dicho todo esto, difícilmente se puede esperar que un jefe del Estado no sea una expresión del partido político que lo acoge. Especialmente cuando la gran mayoría de las consignas de este se repite en las presentaciones de aquel y cuando no se han podido concretar deslindes claros, o, por lo menos, que vayan más allá de claras contorsiones para evitar perder votos.
¿De quién es la mano que sostiene el lápiz? Lo más probable, sobre todo si gana el próximo 6 de junio, es que lo sostenga el señor Castillo, pero el solo auspicio de Perú Libre y su cercanía a Vladimir Cerrón dejan claro que no gobernará de espaldas a este partido y a las sombrías influencias que lo percuden. Un voto por Castillo es un voto por su agrupación.