La llegada ayer del primer lote de vacunas al país es una excelente noticia. El arribo marca el inicio del final de una pandemia que se ha cobrado la vida de decenas de miles de peruanos. A pesar de la importancia de este primer envío, sin embargo, aún no podemos cantar victoria. El proceso de adquisición de vacunas y de su aplicación será largo, cargado de dificultades, y muy probablemente no sea sino hasta bien entrado el próximo año que podamos dar por cerrado este doloroso capítulo.
En los siguientes meses, el Gobierno debe afinar seriamente su gestión logística y la precisión de sus comunicados, áreas en las que no ha tenido el mejor inicio. Como se recuerda, el 6 de enero el presidente Francisco Sagasti informó que, antes de que culminara el mes, aterrizarían en territorio nacional un millón de vacunas de Sinopharm. Dos semanas más tarde y mientras se acercaba la fecha límite, la titular de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), Violeta Bermúdez, dijo que el lote “estaba por llegar”, sin especificar cronograma.
Cuando ya era obvio que las vacunas, finalmente, no llegarían ese mes, el 29 de enero la PCM indicó que las cajas estarían arribando el 9 de febrero. Una semana después, el Gobierno postergó cinco días la fecha de llegada, y apenas un día después se corrigió; en realidad 300.000 dosis llegarían ayer domingo 7 y las 700.000 restantes el siguiente domingo 14. ¿Era necesario anunciar tantas fechas para luego corregirse? Las idas y vueltas en el cronograma previsto para un asunto tan relevante restan credibilidad a los anuncios del Gobierno y prenden las alertas respecto a su capacidad de coordinación y comunicación en el largo camino que aún hay por delante.
Sin embargo, en una época en la que escasean la esperanza y las noticias positivas, es necesario resaltar que la llegada de estas 300.000 dosis permitirá, por fin, comenzar a dar alivio a aquellos que han estado en la primera línea de esta crisis: los trabajadores de la salud, las Fuerzas Armadas y la policía, los bomberos, el serenazgo y el personal de limpieza, entre otros. En particular, nuestro servicio de salud ha sido desbordado por la segunda ola de COVID-19 que atravesamos en estos momentos, por lo que el inicio de la vacunación servirá como un escudo y un aliciente para seguir enfrentando los estragos del virus. Y también que ha sido resultado del esfuerzo entre el Estado y el sector privado, a través de la asociación sin fines de lucro que se creó para hacer realidad el traslado de las vacunas.
A partir de ahora, lo que corresponde es que el actual Gobierno dedique todos los recursos posibles para establecer una cadena de distribución de las inoculaciones, de manera que lleguen lo más rápido posible a quienes están destinadas en esta primera fase. Sin duda, gestionar la vacunación de miles de personas a lo largo de todo el territorio nacional será retador, pero es el primer ensayo para la campaña de inoculación masiva que nos espera una vez que comiencen a llegar los siguientes lotes adquiridos, y que muy probablemente será tarea del nuevo gobierno que los peruanos elegirán en las urnas en abril.
En medio de todo este trance, incierto por naturaleza y que tiene en vilo al mundo entero, el país comienza a ver la luz al final del túnel. Hoy más que nunca, las autoridades deben ofrecerles estabilidad, predictibilidad y eficiencia a sus ciudadanos.