La pronta vacunación de todos los peruanos contra el COVID-19 es seguramente la promesa que todo candidato presidencial quisiera estar en capacidad de hacer. ¿Qué instrumento, en efecto, podría ser más eficaz para atraerle el voto mayoritario a cualquier aspirante a Palacio que el de crear la ilusión de apartar con un chasquido de los dedos el riesgo de contagio y muerte que pende sobre la ciudadanía y devolverle así la normalidad perdida?
El hecho de que lanzar una oferta así sea políticamente rentable, sin embargo, no quiere decir que sea lícito hacerlo. Si las campañas electorales suelen ser en general temporadas abiertas para la formulación de promesas que, a fuerza de falsas, devienen crueles, se diría que, en muchos casos, la que estamos viviendo en estos días linda simplemente con lo perverso. ¿Qué otra calificación cabría darle al manoseo inescrupuloso de una necesidad tan grande de la gente?
Veamos algunos ejemplos. El más clamoroso de todos, quizás, sea el del postulante de Alianza para el Progreso, César Acuña, quien ha declarado: “Ni bien sea elegido presidente, viajaré con mis propios recursos a Estados Unidos, China o Rusia para negociar y conseguir 70 millones de vacunas que urgen para inmunizar a todos los peruanos antes de Navidad y Año Nuevo”. Pero está lejos de ser el único.
También el candidato por Avanza País, Hernando de Soto, ha pretendido persuadirnos de que el fin del dramático trance que atravesamos estaría a la vuelta de la esquina si él se convirtiese en jefe de Estado. En respuesta a una pregunta sobre el particular planteada por un hombre de prensa, él aseveró: “Cuando todo el mundo fugaba a Europa y a Estados Unidos porque creía que Sendero iba a ganar, yo le di la vuelta al problema. Yo le aseguro que si a mí me dan el mandato, consigo las vacunas, porque conozco ese mundo muy bien”. Una sentencia de la que se sigue, dicho sea de paso, que si no lo eligen, sencillamente no estaría dispuesto a contribuir con la solución a los padecimientos que vive el país…
No han sido más realistas, por otro lado, las incursiones de Rafael López Aliaga (Renovación Popular) o Verónika Mendoza (Juntos por el Perú) en la materia. El primero le prescribió al presidente Sagasti la siguiente receta para acabar con la escasez de vacunas: “Tome el avión presidencial y vaya cuanto antes [a Chile]; a usted lo van a atender porque es el presidente del Perú; pídale al señor Piñera, por ejemplo, que le venda 10 millones de vacunas”. Mientras que la segunda le dirigió una carta al presidente argentino, Alberto Fernández, en la que le solicitó que se le facilite al Estado Peruano acceso a las vacunas contra el COVID-19 que ese país tiene previsto producir con México. A su turno, el mandatario argentino, por cierto, se ha comprometido a transmitirles a los directivos de AstraZeneca la preocupación de la señora Mendoza y a hacer su mayor esfuerzo para que el pueblo peruano tenga acceso a esa vacuna. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿En qué cantidad? Ese, al parecer, es un asunto que se verá en su momento.
En lo que concierne a López Aliaga, por lo demás, hay una propuesta adicional: cargar el costo de las vacunas en la cuenta de las AFP “por una sola vez”. Un brulote de intervencionismo económico digno del actual Congreso.
Entretanto, otros postulantes a la presidencia, como Yohny Lescano (Acción Popular) o Julio Guzmán (Partido Morado), han abordado el tema con igual disposición fantasiosa, pero han tenido el cuidado de no hacer ofertas precisas.
En todos los casos, de cualquier forma, lo que se ha colocado delante de los ojos de la ciudadanía son solo espejismos de vacuna. Promesas, en buena cuenta, que más temprano que tarde revelarán su naturaleza de placebo para enfrentar el problema que hoy nos agobia y cuyo único efecto real será el de incrementar el desengaño y la frustración de los peruanos con relación a los políticos de toda laya que se postulan para guiar sus destinos.