La vida de los hombres mediocres es una perpetua complicidad con la ajena. Son huestes mercenarias del primer hombre firme que sepa uncirlos a su yugo. Atraviesan el mundo cuidando su sombra e ignorando su personalidad. Nunca llegan a individualizarse, ignoran el placer de exclamar “yo” frente a los demás. No existen solos. Su amorfa estructura los obliga a borrase dentro de un pueblo, un partido, una secta, una bandería siempre confundidos con otros. Flotan porque saben adaptarse a la hipocresía social y entonces dicen, para protegerse, “nosotros”.
H.L.M.