Ya las parroquias no tienen el carácter de otros días. Cuando doblan las campanas, nadie sabe la causa. Muchos de los feligreses no logran distinguir entre el llamamiento del Angelus o el reclamo de una novena. Muchas veces el modernísimo ruido de los tranvías y de los automóviles trepidantes no dejan escuchar la voz congregadora de los campanarios. Ahora el bautizo de un nuevo católico es algo que pasa inadvertido, que se hace casi en silencio para que nadie se entere. Incluso ya nadie respeta el paso del viático que recibirán los moribundos.
H.L.M.