Cada día aumentan en los barrios limeños las peluquerías regentadas por japoneses. Al entrar en ellas se experimenta una sensación agradable y exótica. Sobre el mármol estrecho de las consolas, resaltan los espejos, en cuyo fondo claro se miran los parroquianos, arrellanados en sillones de esterilla y madera imitación bambú, dejando rasurar sus rostros por las manos suaves y prolijas del barbero nipón. A diferencia de sus colegas nacionales, parlanchines por excelencia, los peluqueros japoneses son atentos e impenetrables. Cumplen a cabalidad su tarea con habilidad, destreza e higiene.
H.L.M.