Los ataques este fin de semana a la refinería de petróleo más importante del mundo en Arabia Saudí redujeron la capacidad de producción de crudo de ese país por más de 50%. Representa la interrupción más grande a la oferta del producto en décadas. Los precios internacionales subieron y la posibilidad de mayores conflictos bélicos en la región ha aumentado.
Hay quienes en Washington abogan por represalias militares contra Irán –el supuesto culpable de la agresión–. No se pueden tolerar amenazas a la seguridad energética del mundo ni de un aliado de Estados Unidos, dicen, especialmente si viene de un régimen autoritario, violador de derechos humanos y con una agenda agresiva contra sus vecinos y los intereses estadounidenses.
Pero esa lógica tiene poco sentido. Tanto Irán como Arabia Saudí pecan de contarse entre los países menos libres del mundo. Riad también interviene militarmente en países vecinos. Con el apoyo de EE.UU., ha creado lo que es quizás la peor crisis humanitaria del mundo en Yemen. Desde un punto de vista moral, hay poco que diferencie a los dos vecinos musulmanes. El apoyo estadounidense a regímenes autoritarios de la región, en cambio, ha sido la causa principal del terrorismo islámico hacia EE.UU.
La supuesta seguridad energética es la verdadera razón por la que EE.UU. está aliada con el reino saudí. Se dice que la provisión de seguridad y la presencia militar estadounidenses son necesarias para asegurar el flujo del petróleo a EE.UU. y al mundo. Además, hay que mantener buenas relaciones con los países productores de petróleo para aprovechar su oferta a buenos precios.
Nunca tuvo mucho sentido esa alianza y hoy día la tiene menos. Los saudíes tienen todos los incentivos y muchísimos recursos para garantizarse su propia seguridad y asegurarse que el petróleo siga fluyendo desde el Golfo Pérsico.
Incluso si el productor no fuese aliado, como es el caso de Irán, no tiene por qué afectar el acceso de EE.UU. o de Occidente al petróleo y a precios internacionales. Eso se debe al hecho de que todo país productor quiere vender su petróleo para obtener su valor (si no lo vende, pierde su valor). El hecho de que los mercados de petróleo son globales quiere decir, además, que el precio del petróleo lo pone el mercado, no el productor. Por lo tanto, una vez que se exporta el petróleo, forma parte de la oferta global y pierde importancia su origen. Siempre y cuando el consumidor esté dispuesto a pagar ese precio de mercado, habrá acceso al crudo.
Desde los ataques este fin de semana, el precio del petróleo ha subido en alrededor de US$10 por barril. A menos que se ataque a Irán o se desate una guerra en la región –que irónicamente aumentaría el precio del petróleo aún más– debemos esperar que se estabilice el precio o incluso que baje (hoy sigue por debajo de su nivel de hace un año). Eso se debe a que la producción petrolera se ha globalizado y Arabia Saudí ya no concentra tanto poder de mercado como en décadas anteriores. La revolución energética estadounidense del esquisto (‘shale’) ha convertido a EE.UU. en el país productor de petróleo más importante del mundo y ha contribuido a la caída de los precios.
Hace casi 30 años, el economista David Henderson demostró que la guerra del Golfo Pérsico que inició EE.UU. no tenía sentido desde el punto de vista económico, pues terminaría costando mucho más en cuanto al precio del petróleo, acceso a este y costos militares en comparación con no hacer nada.
Tuvo razón al favorecer la no intervención. Tendría mucha más razón hoy día.