A nivel individual, la decisión de endeudarse debe reflejar su conveniencia. Es el caso si los recursos obtenidos son usados en una actividad que va a generar recursos por un monto mayor al costo del financiamiento o si el demandante del crédito dispone de los recursos para repagar en las condiciones acordadas en el crédito.
Usted puede disponer de su presupuesto para tomar diferentes deudas (viajes, casas, objetos diversos), pero solo le puede convenir endeudarse de acuerdo a las condiciones y costo del financiamiento. Aquí no vale la vieja expresión latinoamericana: “Me prestas y todavía quieres que te pague”.
Igualmente, no resulta muy lúcido predecir el futuro. Por ello, no especule. Endeudarse en un activo con la esperanza de que suba de precio… puede traerle amargas sorpresas. Recuerde que a la tasa de interés se le debe incorporar el riesgo (de prestarle a usted). Y que mientras mayor sea la tasa resulta usualmente menos probable que repague con una sonrisa.
No nos olvidemos de ese refrán medieval: nunca se debe prestar al que lo necesita per se. Se puede prestar al que verosímilmente puede repagar. Por eso existen bancos, supervisores bancarios y largas filas de accidentes bancarios.
Pero no se confunda. Considerando todas las aristas aquí enfocadas –y dejando de lado romanticismos y demagogia–, tomar deuda puede ser algo muy inteligente. No es casualidad que las naciones más ricas registren sistemas financieros mucho más desarrollados.
Hasta aquí todas son reflexiones sobre decisiones de endeudamiento individual. Otras reflexiones –muy diferentes– se dibujan cuando nos referimos a las decisiones de endeudamiento del gobierno. Y particularmente cuando nos preguntamos: ¿cuándo les conviene endeudarnos?
Los gobiernos de turno tienen usualmente innumerables presiones de gasto. Por compromiso con lo ofrecido o los usuales afanes de popularidad, tratan de gastar cuanto pueden. Las cosas funcionan relativamente bien cuando los ingresos tributarios crecen sostenidamente. Cuando esto no sucede, aparecen los déficit y estos deben cubrirse incurriendo en un nuevo endeudamiento.
La clave aquí implica tanto el costo de la deuda soberana como la evolución previsible de los ingresos tributarios. Con ingresos en caída y un alto costo en la emisión de bonos soberanos, el gobierno debe retraer su gasto.
Pero esto último no es popular ni simpático. Sobre todo dada la usual miopía de esos episodios y que la deuda en juego no es de los gobernantes.
Por ello, aquí tres perlitas que deben recordarse.
Primero: un déficit fiscal creciente con ingresos tributarios en caída no es una buena carta de presentación si se desea vender más bonos. Si además las tasas implícitas de la deuda soberana peruana ex ante ya bordean establemente el 5% anual para sus deudas internas y externas, la cosa es más complicada.
Segundo: sostener que tenemos poquita deuda (29% del PBI incluyendo la deuda interna) y que por ello debemos endeudarnos más es algo iluso. Más aun considerando el costo que pagamos hoy (dado nuestro default selectivo de la deuda agraria) y el que arrastremos un dólar controlado acompañado de una pérdida constante de divisas.
Tercero: se dice que nos endeudaríamos para financiar obras públicas en infraestructura. Este dicho nos recuerda el caso del borracho que pide un préstamo escolar para sus hijos y el bar de la esquina celebra porque van a aumentar sus ventas.
No olvidemos que el grueso del gasto público es burocrático y las presiones actuales por inflarlos son casi explosivas.