A falta de partidos y cuadros políticos, los candidatos presidenciales suelen formar un grupo relativamente pequeño de allegados durante las campañas. Se favorece el amiguismo, la lealtad y hasta los recursos económicos que tienen los colaboradores más cercanos. Este ‘petit comité’ suele ser suficiente para enfrentar los avatares y ataques durante la campaña.
Después de la campaña, el candidato que resulta ganador enfrenta un reto: la necesidad de ampliar el círculo de colaboradores más allá del grupo de fieles que lo acompañó en la carrera. En esta transición, el círculo original recoge recomendaciones y sugerencias, tratando de ampliar la red de confianza, primero a las personas cercanas del equipo original y luego a los de confianza de estos últimos, en una suerte de estrategia de reclutamiento de bola de nieve.
Algunos especialistas calculan que un candidato que gana la presidencia necesitaría alrededor de 3.000 personas preparadas para ocupar cargos públicos de confianza. Por ejemplo, Julio Guzmán durante la campaña indicaba que tenía 500 profesionales listos para ocupar puestos claves en la burocracia estatal. La necesidad de profesionales es grande y el pool de candidatos es restringido. Entre aquellos comprometidos con otros candidatos, aquellos que ocuparon cargos en el gobierno anterior y aquellos que de ninguna manera aceptarían un cargo en el Estado (por motivos económicos o por evitar problemas legales), las opciones se estrechan.
Debido a la elección de Pedro Pablo Kuc-zynski, un tecnócrata de alto vuelo, se podía pensar que este tránsito desde el equipo de fieles de campaña al equipo amplio de gobierno tecnocrático sería cómodo. El presidente electo tenía las características para convocar a los mejores técnicos del país y formar el llamado “gabinete de lujo”. Lo cierto es que en estos primeros meses el Ejecutivo ha conseguido buenos cuadros técnicos, pero no alcanza para ocupar los puestos claves del aparato estatal. Es sintomático que además se les hayan colado casos de dudosa reputación. Hasta el momento ha habido algo más de 700 nombramientos publicados en “El Peruano”, lejos aún de lo necesario para gobernar con los suyos.
A esta situación se le suma el hecho de que el partido de gobierno es frágil y que tiene al frente a una bancada fujimorista desproporcionada. Los fujimoristas tienen algunos cuadros y allegados que están colocando en puestos claves. Por el lado del gobierno, algunos funcionarios recién nombrados han tenido que renunciar, como el viceministro de Agricultura.
Si esto le pasa a un presidente asociado con lo mejor de la tecnocracia y al cual le sería menos complicado captar cuadros, entonces podríamos estar observando un límite real en el tipo de gestión tecnocrática: no alcanzan los profesionales disponibles a ocupar todos los puestos claves y de confianza, o los que existen no quieren pasar al sector público.
Esto le plantea un reto al Ejecutivo, el de gobernar con una tecnocracia no siempre alineada con los objetivos del gobierno, sino comprometida en mayor medida con sus hojas de cálculo. Esto genera además el problema que estos puestos caigan en manos equivocadas, de adversarios o corruptos.
Una respuesta ante la escasez de profesionales sería fomentar el entrenamiento de nuevos valores tecnocráticos. Eso está bien, porque los tecnócratas son necesarios, pero no es suficiente. Se necesita también tener técnicos con manejo político, profesionales enfocados en el cómo llevar a cabo las políticas y propuestas técnicas, más que en la formulación de las mismas. Expertos que tomen en cuenta que existen actores políticos con intereses y con los cuales se tiene que negociar en Lima y en las regiones, y una cultura marcada por el populismo, el autoritarismo y el descrédito de la política.