En las últimas semanas, el Ejecutivo ha sufrido algunos golpes importantes. Es improbable que estos comprometan su subsistencia, pero sí lo dejan en una posición aún más subordinada frente al creciente envalentonamiento del Congreso. Más importante, el trance por el que pasa el gobierno liderado por la presidenta Dina Boluarte puede significar un indicio de lo que podría verse en los dos próximos años, cuando se definan los presupuestos respectivos.
En primer término, en el último mes el Gabinete Ministerial ha tenido que desprenderse de dos de sus más longevos integrantes: Ana Cecilia Gervasi renunció a la cancillería tras los fiascos originados por los viajes presidenciales y Vicente Romero fue censurado por un considerable margen el último miércoles.
Gervasi inició su gestión ministerial como parte del primer y breve gabinete que tuvo Boluarte. De formación diplomática, Gervasi mantuvo una gestión discreta, sin poder contener el creciente aislamiento internacional del régimen, originado por las bajas humanas que significaron las muertes en las protestas. Cuando esto pasó a segundo plano, no supo moderar el ímpetu del Ejecutivo por forzar una ley que permite el gobierno remoto. Los pasivos que terminaron significando los viajes presidenciales la habían puesto ya en la mira del Congreso. Ella prefirió cortar por lo sano y presentar su carta de renuncia.
Romero, en cambio, parecía más confiado en superar el escollo que el Parlamento le planteaba. Incluso horas antes de la votación se percibía que esta no iba a alcanzar para lograr su censura. Los 75 votos que obtuvo la moción fueron plurales (Fuerza Popular y Perú Libre en pleno) y abrumadores.
A estos dos frentes debe sumarse un tercero en desarrollo que habrá que seguir observando: la situación de Óscar Vera al frente del estratégico Minem. Vera es otro que presenta una gestión larga. Y si bien está con Boluarte casi desde el día uno, muchos creen que su perfil corresponde más al del gobierno previo. En CADE Ejecutivos 2023 fue el ministro con menor brillo.
Otro ministro que se presentó en CADE Ejecutivos fue la cabeza del MEF, Alex Contreras. Aunque su presentación fue bien recibida, algo de perplejidad dejaron algunas de sus frases como cuando mencionó el “absurdo pesimismo” que dijo encontrar. En cualquier caso, Contreras tendrá un rol vital en el debate del presupuesto del 2024 que se encuentra en su etapa final.
El otro flanco del Ejecutivo lo representa la menguante aprobación presidencial. A la pérdida de cuatro puntos porcentuales que reportaban Ipsos y Datum Internacional, se suma la aprobación debajo de los dos dígitos que reseña CPI (9,4%). El IEP, que suele difundirse a finales de mes, seguramente confirmará este sensible momento. No hay evidencias de algo que cambie dicha tendencia, por muchos balances que se hagan desde la presidencia.
En estas circunstancias tendrá que aprobarse el presupuesto del 2024, cuya fecha límite es el 30 de noviembre. ¿El Ejecutivo –preñado de precariedades y carente de alguna iniciativa que lo saque de su terco encasillamiento– tendrá la fuerza para salvaguardar la disciplina fiscal que ha sido uno de los pilares de la resistencia del modelo económico o sucumbirá a las tentaciones de ganar bendiciones a costa de soltar la mano ante presiones de diversa índole?
Lo que se vea en los próximos días será clave no solo para el año que viene, sino para entender el patrón al que el país se enfrenta en caso se mantenga la precaria estabilidad que parece haberse instalado. Porque, al final de cuentas, este mismo Ejecutivo (quizás con uno que otro cambio cosmético) debería presentar las propuestas de presupuesto del 2025 y el 2026. Y este mismo Congreso –fragmentado, impopular y muchas veces irresponsable– tendrá que aprobarlo. Para muestra, un botón.