Como señalamos en su momento en la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política, a nivel global, el sistema de partidos peruano sufrió una modificación en su capacidad de integración representativa en dos niveles. Uno es horizontal y ocurrió cuando nuevos partidos, aquellos que se formaron posteriormente al desplome del sistema de partidos –inicios de los 90–, desplazaron a los llamados partidos tradicionales. El otro es vertical, aquel espacio que se configura y diferencia a nivel subnacional, donde se han construido las organizaciones políticas regionales.
Los nuevos partidos emergentes desplazaron a los partidos de tradición histórica en el ámbito nacional. Sin embargo, tanto los partidos históricos como los emergentes iban perdiendo elecciones a nivel subnacional, ya que nuevas organizaciones se hacían del poder en gobiernos regionales y locales. El resultado ha sido un mayor proceso de fraccionamiento partidario y un serio problema para la articulación de la representación política.
Hoy tenemos nueve partidos en el Congreso, pero algunas bancadas ya han iniciado un proceso de desmembramiento, como ha sucedido en lo que va del siglo: ningún gobierno ha tenido mayoría en el Congreso y los partidos de gobierno han ido disminuyendo sus escaños hasta convertirse en minorías, en contraposición de la conformación de mayorías opositoras. En el período representativo pasado, hemos tenido cuatro presidentes cuando solo debimos tener uno. El fraccionamiento es, pues, una variable de la inestabilidad, pero no lo explica todo.
El fenómeno del fraccionamiento partidario se ha extendido en buena parte de la región con sistemas presidencialistas. En Colombia, por ejemplo, en su Asamblea, que cuenta con 172 escaños, hay 18 partidos y el Centro Democrático (CD), del presidente Iván Duque, tiene solo 32 escaños. Costa Rica, uno de los países históricamente más estables, con un Parlamento de 57 escaños, tiene ocho partidos que lo integran y el Partido Acción Ciudadana (PAC), del presidente Carlos Alvarado Quesada, tiene solo nueve escaños. En el caso de Brasil, con una Cámara de Diputados de 513 escaños, alberga a 24 partidos y el Partido Liberal, del presidente Jair Bolsonaro, solo tiene 41 escaños. En el caso de Ecuador, con 137 parlamentarios, tiene 12 bancadas y el partido CREO, del presidente Guillermo Lasso, tiene tan solo 13 escaños. En Chile, el presidente Sebastián Piñera tiene al frente a una Cámara de Diputados de 155 escaños, en donde aún conviven 20 partidos políticos, teniendo Renovación Nacional 31 escaños. Pese a ello, los gobiernos se han mantenido.
Pero este fenómeno tampoco es acotado a América Latina, donde los bipartidismos o multipartidismos moderados casi han desaparecido. En Europa, con sistemas parlamentarios y semiparlamentarios, se vive algo parecido. El fraccionamiento se ha expandido y los gobiernos monocolor han desaparecido. Con Ejecutivos frágiles y fraccionados –trayendo consigo problemas incluso en el funcionamiento de la Unión Europea–, diez de 27 gobiernos han cambiado desde el inicio de la pandemia. Los gobiernos duran menos y se requieren más partidos para gobernar. En Alemania, el país más estable, a inicios de los 90, los socialdemócratas y socialcristianos sumaban el 82% de los votos. Hoy solo llegan al 50%. En los Países Bajos, Italia, Francia y España, tienen más de una docena de partidos en sus Parlamentos.
Sin embargo, en América Latina y Europa, teniendo escenarios adversos, los conflictos se han canalizado institucionalmente. Es decir, el fraccionamiento, si bien complica la toma de decisiones, exige mayor responsabilidad de las élites políticas para lograr acuerdos y consensos. La gran tarea es, pues, crear una cultura de la negociación y el consenso, y no de la confrontación y el disenso. Eso que vemos a diario en nuestro país.