La fuga y posterior captura de Martín Belaunde Lossio y las cuentas de Nadine Heredia son hechos recientes que han desestabilizado al gobierno nacionalista. Sin embargo, no es el único que ha sentido el remezón. Desde otra orilla, y quizá sin darse mucha cuenta, el partido fujimorista ha recibido un golpe de taquito. Ello producto de las críticas realizadas por los hermanos Keiko y Kenji a la supuesta corrupción en el gobierno humalista. Los voceros naranjas reclamaban que se extradite al prófugo Belaunde Lossio cuando estaba arrestado en Bolivia; se recriminó al gobierno cuando este personaje fugó, tildando el hecho de un papelón; y finalmente se le pidió que la administración humalista no se atribuyera éxitos ajenos cuando la policía boliviana encontró a Belaunde Lossio. En el tema de las cuentas de Nadine, se indignan por la frivolidad y por la poca transparencia en el manejo de las cuentas partidarias.
Está bien indignarse, pero hay que tener cuidado cuando se mira la paja en el ojo ajeno, teniendo una viga en el propio. Estas declaraciones recientes de Keiko Fujimori y compañía les han dado munición a sus críticos para recordar con justicia por el paradero de los ex ministros fugados del pasado gobierno de Alberto Fujimori, como Augusto Blacker Miller y Víctor Malca Villanueva, o por el paradero de los tíos Fujimori: Rosa, Juana y Pedro, fugados apenas cayó el régimen del hermano presidente. De manera similar, resulta francamente paradójico oír hablar a los fujimoristas de malversación de fondos.
En las elecciones presidenciales pasadas, el tema de las esterilizaciones forzadas fue un punto de quiebre para el fujimorismo. La estrategia de pasar por agua tibia los delitos del gobierno del padre para tratar de no perder el voto duro funcionó para pasar a la segunda vuelta, pero no para ganar la elección. El antifujimorismo pesó más en la balanza electoral. El mismo tema de las esterilizaciones forzadas, los familiares fugados, el autogolpe y muchos otros aparecerán en esta nueva elección que se acerca. Ante este panorama, la candidata Fujimori tiene una difícil decisión: o intentar la misma estrategia con el riesgo de perder nuevamente o cambiar de táctica, renunciando al pasado fujimorista.
La decisión es complicada porque implica mucho cálculo político con sentimientos familiares de por medio. Si decide continuar con la misma estrategia, tendrá que cargar con el peso del entorno conservador fujimorista, en que figuras como Jaime Yoshiyama o Martha Chávez solo recuerdan lo peor del gobierno de su padre. El mejor escenario sería pasar a segunda vuelta y que la campaña negativa gire en torno a los pasivos del contrincante y no los suyos.
Por otro lado, la estrategia del ‘aggiornamento’ entraña romper con su padre. Espinosa decisión para una hija que quiere ser presidenta. En primer lugar, tendría que volver a aclarar que no lo piensa indultar, luego definir una posición democrática con respecto al autogolpe y, finalmente, aceptar que ocurrieron delitos graves y que su padre fue corresponsable. Este giro de timón es riesgoso, pues puede perder a su base original heredada del fujimorismo histórico (ese voto popular conservador) y al grupo albertista dentro de su partido, y es incierto a quiénes pueda atraer (¿a los votantes republicanos?). El cálculo político podría entrar en juego y Keiko Fujimori podría preguntarse: ¿cuánto del apoyo actual se debe a su figura y cuánto al recuerdo de su padre? Esa pregunta, a su vez, significa avizorar si el futuro del partido es ella misma o el fantasma del padre.