Resulta irónico que haya sido Estados Unidos el encargado de destapar la podredumbre del fútbol mundial. Un país que no destaca en este deporte y que tiene una liga local desconocida. A los gringos les sobraban razones para hacerse de la vista gorda y dejar pasar este desagüe.
Por el contrario, se han comprado un pleito que, entre ellos, no tenía mayor ráting. Llama positivamente la atención esta actitud de combatir el crimen por el mero principio de que los actos de corrupción han tocado empresas o ciudadanos estadounidenses, aunque el tema no sea popular.
Resulta igualmente admirable el alcance de los exhortos norteamericanos para movilizar a las autoridades de diversos países, poner tras las rejas a una manga de intocables y mantenerlos de rodillas mientras se decide su extradición.
Algo habrá de miedo o sumisión en las reacciones de Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú o Brasil: a ver quién se niega a colaborar con Estados Unidos. Pero también mucho de reconocimiento al prestigio y profesionalismo del sistema fiscal norteamericano.
Es fácil imaginar el curso que estos mismos procesos hubieran tenido en sus respectivos países si hubieran dependido de las autoridades locales. Acá en Lima don Manuel Burga se hubiera paseado por años volanteando amparos y deduciendo excepciones antes de pisar una prisión.
Pero los gringos son otro lote. Aprietan el botón y en 24 horas tienen a los capos de toda la mafia futbolera de las Américas, los directivos de las empresas que negocian los contratos de televisión y varios de los jerarcas del cuartel general en Suiza enmarrocados.
Con ese mismo impulso, activan a continuación sus muy eficientes esquemas de delación a cambio de beneficios. Para los culpables, la certeza de que el sistema estadounidense los llevará a purgar una larga condena es un poderoso aliciente para cooperar.
Desde el primer ‘raid’ en mayo, en poco más de seis meses el Departamento de Justicia norteamericano ha destapado un tinglado que llevaba décadas de putrefacción. Un esquema que, todo parece indicar, está ya a un paso de alcanzar al propio Joseph Blatter.
Hay varias reflexiones derivadas de este escándalo internacional. Una primera es que las asociaciones que no tienen dueño siempre serán tierra propicia para la corrupción. Máxime si tienen mucho dinero, como los US$5 mil millones anuales de ingresos que tiene la FIFA. En lugar de ser una suerte de organismo multilateral, esta institución debería ser una corporación y cotizar en la bolsa, sometiéndose al escrutinio del mercado y sus regulaciones.
La segunda es la importancia de un buen ‘governance’: los 34 años de Blatter tocando la trompeta, 17 como secretario general y otros tantos como presidente, eran antihigiénicos por definición. Los mandamases tienen que rotar y los directorios tienen que cambiar. La FIFA no tiene actualmente directores independientes.
Además, hay que despojar a los representantes de la FIFA de esa condición de inmunidad frente a la justicia local, como si fueran representantes diplomáticos de un reino extranjero.
Finalmente, qué reconfortante es saber que hay países donde los fiscales hacen su trabajo y la justicia no se vende al mejor postor. No conozco las luces y sombras del sistema estadounidense, pero en este caso su rol como comisarios internacionales ha sido alentador. Si algo así existe en otros lados, quizá nosotros mismos podamos tener algún día una justicia de verdad. Vale la pena soñar.