El lunes, vencido ya el plazo acordado con la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno Griego finalmente presentó un plan para aumentar sus ingresos fiscales este año y el que viene. Todavía –al momento de escribir estas líneas– es una incógnita si la propuesta será suficiente para que la llamada troika acceda a extender el programa de rescate y desbloquear los últimos 7.200 millones de euros de ayuda prometida. Esos fondos servirían, en lo inmediato, para pagar 1.500 millones de euros al FMI, que han ido venciendo a lo largo de este mes, y otros 1.400 millones de sueldos y pensiones.
El plan griego, sin embargo, no es completamente del agrado de sus acreedores. El punto más contencioso es la reforma del sistema de pensiones. Un tema sensible para el gobierno por la cantidad de gente que depende de su pensión como medio de subsistencia. Sensible también para los acreedores precisamente por la misma razón. Grecia gasta el 17% de su producto bruto interno (PBI) en el pago de pensiones, más que ningún otro país de Europa occidental. Los empleados públicos en Grecia pueden jubilarse a los 59 años, mucho antes que los alemanes, teniendo la misma expectativa de vida. Los acreedores quieren que la edad de jubilación suba a los 67 años. De acuerdo, dice el gobierno, pero no en el 2022, sino en el 2025.
El caso de las pensiones ejemplifica lo que es inevitable: una caída en el nivel de vida de los griegos. El primer ministro socialista Alexis Tsipras ofreció en su campaña electoral poner fin a las medidas de austeridad exigidas por los acreedores. Sin esas medidas, Grecia no tiene cómo pagar su inmensa deuda pública, que alcanza los 330 mil millones de euros, casi el doble de lo que su economía produce en un año. La deuda es impagable, dice Tsipras, y no se debe, por tanto, pagar. No, al menos, en su totalidad. No a costa de un mayor deterioro en el nivel de vida.
Pero el deterioro en el nivel de vida era inevitable, justamente porque lo que ha sumido a Grecia en esta crisis es que ha vivido durante mucho tiempo por encima de sus posibilidades. En el año 2008, por ejemplo, la balanza comercial –la diferencia entre lo que exporta y lo que importa un país o, lo que viene a ser lo mismo, la diferencia entre lo que gasta y lo que produce– tenía un déficit de 33.000 millones de euros. Dicho de otra manera, los griegos gastaban 14% más de lo que producían. En algún momento tenía que producirse un ajuste. Y aunque Grecia dejara de pagarles a sus acreedores, el ajuste igual ocurriría. Cuando un país deja de pagar, el crédito externo se corta; y al cortarse el crédito externo, no hay cómo seguir importando más de lo que se exporta o gastando más de lo que se produce.
La austeridad no ha sido, sin embargo, inútil. Hace más de un año que la economía griega ha vuelto a crecer; modestamente, pero ha vuelto. Las exportaciones han comenzado a recuperarse, mientras que las importaciones se han reducido en un tercio; lo que hace pensar que con el tiempo Grecia puede generar los superávits que necesita para salir de la crisis. Y el gobierno finalmente ha dejado de tener un déficit presupuestal y puede ahora, por lo menos, pagar los intereses sin tener que endeudarse más.
Sería realmente una pena que Grecia no logre un acuerdo con sus acreedores, habiendo llegado hasta aquí.