Las simpatías por el ex presidente, brevemente constitucional, Alberto Fujimori se deben, en parte, a la derrota de la hiperinflación durante su gobierno. Una derrota rápida, aplastante, decisiva. Aunque, a decir verdad, el paso del tiempo ha embellecido el recuerdo. No fue, en realidad, ni tan rápida ni tan aplastante ni tan decisiva.
A fines de los ochenta, en los últimos años del inefable gobierno de Alan García, los precios subían 20, 30 y 40% cada mes. En sus peores momentos, llegaron a subir hasta 50 y 60% al mes. La inflación acumulada durante sus cinco años de gobierno fue de más de 2’000.000%. Lo que costaba un sol en julio de 1985, terminó costando más de 20.000 en julio de 1990.
Tan rápido subían los precios, que cada vez había que poner más ceros a la derecha. Los números ya no cabían en las facturas ni en los libros de contabilidad. Había que deshacerse de ceros para que la gente, las empresas y el mismo gobierno pudieran llevar bien sus cuentas. El inti reemplazó al sol, y al cabo de no mucho tiempo el nuevo sol reemplazó al inti. Nueve ceros quedaron en el camino. Un nuevo sol era igual a mil millones de los viejos.
En esa pesadilla vivíamos cuando asumió la presidencia Fujimori. Lo primero que hizo fue anunciar un plan de estabilización para acabar con la inflación. Se redujeron drásticamente los subsidios a la gasolina y otros productos. El índice de precios al consumidor se quintuplicó de un mes a otro, pero tras ese impacto inicial el globo de la inflación se reventó y cayó al suelo. Ese es el recuerdo que todos tenemos.
Las cosas, sin embargo, no ocurrieron exactamente así. La hiperinflación no terminó de un momento a otro. Comenzó a moderarse en los meses que siguieron al “fujishock”, pero en diciembre de 1990 subió otra vez por encima del 20% mensual. Cuando se dio el “autogolpe”, en abril de 1992, la inflación todavía seguía arriba del 4% mensual. Tuvieron que pasar más de siete años para que estuviera consistentemente por debajo del 1% mensual. En términos anuales, la inflación no bajó del 10% sino hasta 1997.
¿No es esta una crítica injusta a una política que, después de todo, dio el resultado esperado? Una crítica, sí; injusta, no creemos. Polonia, donde a principios de 1990 la inflación había llegado a 1.200% anual, también se demoró ocho años en bajar la inflación a menos del 10%. Pero en otras épocas no parecía imposible hacerlo más rápido. En setiembre de 1922 Austria frenó en el acto una inflación que en el último año había alcanzado casi 10.000%. La famosa hiperinflación alemana terminó de un día para otro en diciembre de 1923, luego de que los precios se multiplicaran mil millones de veces en un año.
Quizá lo que le faltó a Fujimori fue la credibilidad que esos gobiernos tuvieron. Después de ganar la elección pregonando que no aplicaría un plan de estabilización, quién podía pensar que iba a mantener la disciplina fiscal necesaria para evitar recurrir a la emisión de moneda. De hecho, el déficit del sector público siguió creciendo hasta 1995, lo mismo que la cantidad de moneda en circulación. Recién al año siguiente se comienza a ver que la situación fiscal está bajo control. Y coincidentemente la tasa de inflación cruza la barrera del 10% anual para establecerse en el rango del 1% al 5%, donde permanece hasta ahora.