La reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) permitirá la presencia en Lima de Joe Biden y Xi Jinping, presidentes de Estados Unidos y China respectivamente, entre otros mandatarios. El 14 de noviembre, el presidente Xi inaugurará el nuevo puerto de Chancay desde Palacio de Gobierno, en compañía de la mandataria Dina Boluarte. Todo esto, ciertamente, salvo cambios de último momento.
Para evidenciar una agenda algo disimulada, pero evidente, hace falta explicitar algunos pendientes respecto a lo que, por sus potentes implicaciones, debiera afrontarse como “el proyecto Chancay” y no solo como “el puerto de Chancay”. Y es que, hasta ahora, del lado peruano, se privilegian las referencias a la obra física portuaria, sin tomarles el peso a otros importantes aspectos.
¿Qué se está decidiendo para acondicionar la vida ciudadana, afectada sustancialmente con los cambios producidos en Chancay? ¿Hay un plan de desarrollo vial para la costa norte? ¿Qué hay de real en el eje Chancay-Ancón-Callao y el parque industrial de Ancón? Dada la inyección de dinero que empezará a circular, ¿qué se está haciendo para impedir que el norte chico se convierta en un festín de criminales? Y, partiendo de la importancia del nuevo puerto en el Pacífico Sur, ¿cómo se están tejiendo las relaciones de cooperación con Chile, Ecuador y Colombia, que tienen puertos sobre el Pacífico, y con Brasil y Bolivia?
En “De Marcona a Chancay: la presencia económica y empresarial china en el Perú, 1992-2023″ (Universidad del Pacífico, 2024), Cynthia Sanborn, Amanda Pareja y Diego Quispe presentan un balance de los avances y los retos de la relación bilateral. Se calcula que la inversión china acumulada entre el 2001 y el 2022 es de cerca de US$30.000 millones, la segunda en América Latina después de Brasil, básicamente en los sectores minería, construcción, tecnología, maquinaria y equipos, y energía.
Con una evaluación en general positiva sobre la relación peruano-china, la publicación considera que la diversificación de las exportaciones peruanas es muy reducida y que “los retos para la gobernanza socioambiental de las inversiones chinas […] son significativos, en especial en el sector minero”. De particular importancia, por su repercusión estratégica, es esta consideración fundamental: “Los gobiernos de turno no han sido consistentes en cuanto a la priorización de estas relaciones [peruano-chinas] y tampoco han demostrado ni una visión ni una estrategia de largo plazo orientadas a mejorar los beneficios para el Perú y reducir los riesgos”. He ahí el reto mayor. ¿Estaremos a tiempo para enfrentarlo?