Cuando un vendedor y un comprador tienen distinta información sobre la calidad de un producto, se dice que hay información asimétrica. Esa diferencia podría darle una ventaja desproporcionada a una de las partes. Tanta, que la otra parte podría preferir no hacer ninguna transacción para no exponerse a una pérdida, ya sea pagando de más o cobrando de menos. Los economistas –no todos– saltan a la conclusión de que hay una “falla de mercado” y piden que el gobierno intervenga. Muchas de las regulaciones que se proponen hoy en día se amparan en alguna real o presunta asimetría de información.
No es, en realidad, un gran descubrimiento científico el de la información asimétrica. La información, podría decirse, es intrínsecamente asimétrica. No todos, aun teniendo a la vista los mismos datos, llegamos a las mismas conclusiones sobre la utilidad de las cosas y su valor. El maestro Falcón sabía más sobre las propiedades de la madera que utilizaba en una guitarra de lo que podía llegar a saber Óscar Avilés. Pero éste sabía mejor que aquél cómo sacarle el sonido. La asimetría de información es, a la vez, causa y consecuencia de la especialización y el comercio.
Lejos de ser una señal de ineficiencia, es la condición que posibilita una mayor eficiencia en el sistema económico. No tenemos que informarnos de todo. Podemos dejar a los especialistas que se informen por nosotros y nos entreguen productos que cumplan con la función que nos interesa. Pero ciertamente la asimetría podría ser tal que nos dificulte saber qué producto es el que se nos ofrece comprar o vender.
Piense el lector en el siguiente ejemplo. El comprador de un seguro médico sabe mejor que la compañía si tiene un riesgo alto o bajo de contraer alguna enfermedad. Si la compañía cobra una prima calculada en base al riesgo promedio de la población, puede terminar en la ruina. Para los que saben que su riesgo es bajo, la póliza resulta muy cara. Para los que saben que su riesgo es alto, la póliza resulta barata. Pero éstos se enfermarán con mayor frecuencia de la que había anticipado la compañía, ocasionándole gastos mayores que los ingresos totales por la venta de las pólizas. No parece haber una solución que haga viable el negocio.
Ahora piénselo otra vez. ¿Cree realmente el lector que uno, no siendo médico, sabe mejor que la compañía de seguros si los riesgos de su salud son altos o bajos? La compañía tiene más experiencia que el público para decidir, mediante los exámenes adecuados, qué riesgos puede aceptar y qué precio ponerle a la póliza. El mercado de seguros médicos existe, después de todo.
Frente a una asimetría de información que amenaza con convertirse en patológica, el mercado tiende a desarrollar anticuerpos. ¡Bah, el mercado –dirán nuestros críticos–; siempre el mercado! Sí, en efecto: siempre el mercado. Decir que el mercado puede solucionar solo el problema no es más que decir que hay alguien allí que quiere hacer un negocio y buscará la manera de reducir la asimetría de información a un nivel que lo vuelva viable.
Las marcas comerciales y la reputación profesional reducen la incertidumbre sobre la calidad del producto que espera recibir el comprador. La entrevista personal hace lo mismo para el empleador. Los exámenes médicos, la evaluación crediticia y otros procedimientos semejantes lo hacen para el vendedor.