¿Qué podemos esperar del último año de gobierno de Nadine y Ollanta? Aunque el pensador chino Lao Tse sostenía que quien predice no sabe, tenemos algunas razones para no esperar milagros.
La primera nos recuerda que esta administración carece de una brújula económica. Si bien dejaron los planes de la gran transformación, en los casi cuatro años de gobierno no hicieron nada económicamente favorable.
Es cierto, se ha mantenido cierta estabilidad de precios, pero esto es entera responsabilidad del directorio del Banco Central de Reserva, que mantuvo un manejo monetario autónomo y una inflación fluctuante cerca del límite máximo de su compromiso.
En materia de políticas tributarias, los retrocesos y las arbitrariedades crecientes han sido el sello. Por ejemplo, el Ministerio de Economía y Finanzas en su lucha contra la elusión.
La evasión es un delito, pero configurar como delito un afán de evitar una actividad significa pobreza mental. Además, confundir este concepto con prácticas evasivas es puro contrabando ideológico. Y, lo que es peor, sus efectos, tal como lo muestra la simultánea caída de la recaudación por impuestos a la Renta y General a las Ventas, fueron medidas contraproducentes.
Otros errores del gobierno han sido inflar el gasto en más de US$20 mil millones, desnaturalizar la reforma de la administración pública (la llamada Ley Servir), no mejorar presupuestos por resultados y aumentar el déficit.
Para dorar la píldora, promocionaron las obras del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, también de la cartera de Educación. Así, señalaron que están haciendo algo extraordinario, redistributivo. Me sorprendería mucho si en este último año hacen algo significativo, pero la historia reciente no nos ayuda a creer en estos afanes.
Para colmo, algunas reformas son abiertos retrocesos, como la referida al ámbito previsional.
Finalmente, factores como el liderazgo del Gabinete o recordar que hablamos de un gobernante quejoso de las acusaciones de corrupción que lo rodean no nos ayuda a prever alguna mejora. Hoy, frente al discurso de Fiestas Patrias, cabe remitirse a ese viejo adagio anglosajón: ‘No news is good news’.