Me senté para tomar desayuno y ponerme al día con los últimos acontecimientos mientras leía el periódico. La carátula del diario anunciaba varias noticias, pero la más destacada no se refería a un acontecimiento pasado, sino a una expectativa de las ventas de cierto producto. Pasé a otro ítem buscando una noticia que no fuera mera especulación, sino un hecho contante y sonante, pero el que seguía también se refería al futuro. Constaté entonces que de las diez noticias mencionadas en la carátula, ocho reportaban acontecimientos que ocurrirían (ventas que aumentarían, un PBI que no se recuperaría, una empresa estatal que emitiría bonos, tasas de interés que se elevarían, rentabilidad de las AFP que se recuperaría y una continuación de la recesión mundial). Apenas dos noticias reportaban sólidos hechos pasados.
Ciertamente las noticias que nos llegan desde el futuro nunca han faltado del todo en los medios, pero mi impresión es que el balance entre lo ya sucedido y lo que podría suceder se vuelve más y más a favor de lo segundo. Leer las noticias ya no es tanto enterarnos de una realidad objetiva y constatada, sino ponernos en manos de la imaginación, la subjetividad y los buenos deseos, y, por lo tanto, de la manipulación.
Consulto a un amigo psicólogo acerca de esta creciente presencia del futuro en nuestra atención. Su opinión es severa: “El futuro no se piensa, se crea. Mejorar la vida empieza con el realismo”. Por contraste, defiendo al periódico: “Son tiempos duros. Necesitamos animarnos y generar optimismo y los medios entienden esa necesidad humana”.
La necesidad del optimismo es particularmente fuerte para el empresario, y, para eso, existe una industria de consultores expertos en descubrir argumentos para las buenas noticias, además de los planes estratégicos que renuevan el ánimo y crean energía, aunque sigan las tareas que no cumplimos la semana anterior. Nunca había percibido la fuerza de esa necesidad psicológica hasta que participé en un consejo consultivo de la empresa IBM. Fue un período de crisis para ese gigante de la tecnología, y durante cinco años en cada reunión trimestral recibíamos nuevas noticias malas. No obstante, en cada sesión los gerentes de la empresa exponían con gran tranquilidad, explicando que ya tenían un diagnóstico de las causas y un plan para voltear la tendencia. Todo sugería un grado de falta de realismo. Sin embargo, al final de ese tiempo se logró la recuperación. ¿Hubo falta de realismo o era parte necesaria del pensamiento positivo?
Para el empresario y para el político, gran parte del partido se juega no en el presente, sino en el mundo por delante. No debe sorprender entonces el orfanato del historiador. Ocasionalmente, el político descubre en la historia una bandera que puede aprovechar, pero esa necesidad ocasional representa poca oportunidad para el historiador, más aun porque para los fines de una bandera casi siempre es preferible no investigar demasiado.
Ese poco interés público se refleja, por ejemplo, en el descuido de la estadística histórica por las oficinas estadísticas del Estado.
Por eso, aprovecho esta columna para celebrar la extraordinaria obra que acaba de completar Bruno Seminario, profesor de Economía de la Universidad del Pacífico: “El desarrollo de la economía peruana en la Era Moderna”, lograda tras un par de décadas de sacrificada labor. Su libro llena un gran vacío, trayéndonos noticias del pasado y alumbrando tres siglos de evolución de nuestras finanzas.