Ojalá dure la tregua política que puede traer el Gabinete Aráoz. Los antecedentes no son auspiciosos, si uno mira lo efímero del ánimo dialogante del último encuentro entre Keiko y PPK. Pero tal vez ahora, con otros actores y tras el remezón de la cuestión de confianza, se pueda serenar la mar.
El fujimorismo, en particular, podría aprovechar los eventos recientes para bajarle un par de grados a su destemplanza. Para atemperar lo que rápidamente pasa de control político a prepotencia, de la oposición crítica al bombazo.De pronto la comprobación de que son tan humanos y frágiles como los otros grupos políticos ayuda en ese propósito. Una mirada introspectiva les permitiría reconocer que no están libres de marchas y contramarchas, de contradicciones y disidencias. Que sufren, en fin, los mismos males que tanto critican en sus adversarios.
Pensemos, por ejemplo, en la reacción desplegada cuando Fernando Zavala presentó la cuestión de confianza. Casi de inmediato el congresista Becerril la desestimó por improcedente. Varios colegas suyos lo acompañaron al decir que no se podía interponer para defender a un ministro cuestionado. Que ese era un mecanismo para defender gabinetes enteros o políticas transversales.
Al final, tuvieron que aceptarla y darle el curso de inmediatez que la Constitución exige.
A renglón seguido plantearon la observación ineludible de la renovación total del Gabinete. La señora Bartra se paseó por los medios para dar a conocer que la oposición fujimorista no iba a aceptar ningún ministro repetido. En una materia que, como mínimo, era discutible, el señor Galarreta ensayó un trabalenguas para repetir lo mismo y anticipar que, incluso si un solo ministro era vuelto a nombrar, la censura del Gabinete no habría sido tal.
Al final, otra vez, se repitieron varios ministros y rápidamente pasaron a desear al nuevo Gabinete éxitos en su gestión.
Entre una cosa y otra, se enredaron en la necesidad de reformar la Constitución o practicar una interpretación auténtica al tema de la censura parlamentaria para disolver gabinetes. Mientras la señora Beteta ha sugerido que esa figura tendría que eliminarse, la señora Letona ha dicho que no está de acuerdo, pero que sí se debe precisar y delimitar.
Luego han venido dos casos graves de disidencia, que echan por tierra la presunta solidez y disciplina inquebrantables de Fuerza Popular.
El primero es la reiteración del juego en solitario que está construyendo su congresista más popular, Kenji Fujimori. No solo votó en contra de lo que llamó la nueva “ley mordaza” y la denunció por vergonzosa, sino que escenificó en el pleno del Congreso un acto mayúsculo de desafío en audiencia nacional.
Los enfrentamientos con Kenji han seguido escalando, poniendo en evidencia que también el fujimorismo, como otras bancadas, tiene grietas profundas.
Lo de Yesenia Ponce, a su turno, parece sacado de una película de Corea del Norte y debe dejarles también una lección. Ha sido un espectáculo patético de rebelión y sumisión, que no ofrece escapatoria. O sirve para exhibir el tono antipatriótico en la lideresa del partido o para mostrar una organización que somete a sus miembros por terror.
Por supuesto, nada de lo anterior exonera a las otras fuerzas políticas de sus propios errores, dislates, contradicciones y pecados. Pero es un recuento de circunstancias que debería ayudar al fujimorismo a reconocer que ellos están hechos de la misma tesitura. Que no pueden criticar la paja en ojo ajeno sin mirar la viga que tienen en el propio.